Caer

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Abro la puerta y contemplo su firme pose, sus rubios cabellos y sus ojos como zafiros. Me sonríe juguetonamente, divertido al ver cómo mis mejillas se ruborizan y mis rodillas comienzan a temblar. Garrett me toma de un brazo y me hala hacia él, aprisionando mi cintura con sus bíceps. El agarre es tan fuerte que mis intentos por romperlo sólo lo hacen más intenso. El beso que le sigue es como subir a la montaña más alta y contemplar la inmensidad del mundo a mis pies.

Me besa, lo beso y nos besamos. Las palabras están de más; es momento de sentir y dejarse llevar. Nada más importa.

Garrett me somete contra la pared con fuerza bruta, haciendo que me retuerza de placer. Sus manos despojan mi cuerpo de sus prendas, que también vienen sobrando. Es tan sólo la segunda vez que lo hago, y ya me resulta infinitamente más sencillo. Por un breve instante, comprendo a todos los que dicen que el sexo también puede ser una adicción.

Nada superará a la primera dosis; la segunda, la tercera y la decimocuarta son sólo inútiles esfuerzos por emularla. Garrett fue mi primera, y aunque el cruel destino vuelva a abofetearme, sé que nunca voy a olvidar el roce de su piel contra la mía. Fuego contra fuego, cobijados por la oscuridad.

No veo nada dentro de mi habitación, pero alcanzo a distinguir perfectamente cómo Garrett me lanza sobre las sábanas y me mueve a su antojo. Distingo con claridad sus ojos azules brillando en medio de la penumbra, llegando a lugares que ni siquiera yo conocía. Me toma de las caderas y me embiste contra su cintura, y cada descarga es más poderosa que la anterior. Cada golpe de su cuerpo contra el mío me hace gemir y suspirar, sin poder controlar mis uñas que se clavan en su espalda.

Garrett calla mis gritos de placer con un beso, dulce en comparación con sus fuertes movimientos. Lentamente me voy derritiendo, mientras su néctar caliente inunda todo mi interior. Me libero de sus labios para gemir y explotar sobre mi vientre, y aunque la inconsciencia lucha por llevarme una vez más, esta vez no lo consigue. En cambio, suspiro y acaricio el mentón de Garrett, quien, exhausto, yace sobre mi pecho con los ojos cerrados.

Y entonces, así como llegó, el éxtasis me abandona, dejando libre el paso para la culpa y todas esas emociones que, hasta ahora, se habían mantenido calladas. Sus gritos al unísono hacen trizas mi cabeza, y esa falsa sensación de seguridad que ahora ha sido reemplazada por miedo.

Eres un imbécil.

Te usó de nuevo.

Qué fácil.

¿Cómo esperas que te tome en serio?

Hace esto con todos los que conoce.

No eres especial.

No vales la pena.

No vales nada.

Las voces no se callaron hasta que Garrett se fue, alrededor de una hora después. Prometió avisarme cuando llegara a su casa, pero no lo hizo. Seguía en línea, como siempre, pero no tuvo ni la decencia de darme las buenas noches. Y yo, que casi había olvidado cómo lloré por él, volví a recordarlo con brutal claridad esa noche. Llorando le di la razón a las voces en mi cabeza, y me prometí a mí mismo que jamás volvería a caer.

El león y la gacelaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora