Sus ojos buscando los míos.
Sus labios buscando los míos.
Sus manos buscando las mías.
Su frustración al no encontrar ninguna de ellas.
―¿Y ahora qué hice? ―pregunta Patrick, como si mi silencio lo insultara.
Estamos en su auto, en total oscuridad con excepción de las luces azules del tablero. Me habla sin voltear a verme, pero sus manos se aferran con fuerza al volante.
―Nada... ―contesto con voz temblorosa―. Estoy cansado...
―No te lo creí en la mañana y no te lo creo ahora ―nunca lo había escuchado tan serio. Suena extraño, ajeno; como si no fuera él―. ¿Qué pasa?
Suspiro y dejo caer los hombros. Tengo ganas de ponerme a llorar, pero ya no siento nada, porque me he acostumbrado. Como cualquier otra cosa, puede igual volverse un hábito.
―No es contigo. Son cosas personales y no quisiera hablar de eso por ahora, ¿ok?
Sueno bastante convincente, tanto que, al menos por un instante, estoy seguro que Patrick se disculpará y dejará de insistir.
Obviamente no lo hace.
―Puedes hablar conmigo de lo que sea, lo sabes. Pero no sé porqué no quieres ni abrazarme... ¿en verdad no estás así por algo que yo hice? ―su voz es firme aún, pero se desquebraja por momentos como la ladera de una montaña.
―Es en serio, Patrick, ya... ―dejo escapar un par de lágrimas, esperando que sea eso lo que lo haga desistir.
Antes de averiguarlo, mi celular comienza a vibrar. Miro por la ventana y veo que estamos dando vuelta en la esquina de mi casa. Inocentemente asumo que el martirio está por terminar, cuando en realidad no ha hecho más que comenzar.
En la pantalla brilla un mensaje de Garrett.
"Hey! Te extrañaba y quise pasar a verte un ratito. Estoy afuera de tu casa. ¿Ya saliste, verdad?"
No.
―¡Aquí está bien! ―grito, volteando a ver a Patrick con desesperación.
Él me devuelve una mirada muy confusa, pero sigue avanzando. Nos detenemos frente a mi entrada y puedo ver a Garrett, recargado en la pared y con los ojos entrecerrados por las brillantes luces del auto.
―¿Quién es? ―pregunta Patrick, pero Garrett ya está avanzando en dirección a mí, enfurecido.
En sólo tres segundos, una mano firme abre la portezuela, me toma por la muñeca y me saca al frío de la calle.
―Te dije que no quería que salieras con nadie más.
Me quedo paralizado, viendo cómo Patrick sale por su lado y se acerca a nosotros. Garrett se pone entre él y yo, con una mano guardando su distancia.
―Sólo me dio aventón a casa, Garrett... ―murmuro, casi escondiéndome detrás de él. No soporto ver la expresión en el rostro de Patrick.
―No me mientas ―dice, para después dirigirse a Patrick―. Vete de aquí.
―¿Quién es este? ―pregunta él, sin moverse ni un centímetro.
―¿Este? ―inquiere Garrett a su vez. La distancia entre ambos se va reduciendo poco a poco.
―Esperen, esperen...
―Quítate, imbécil. Él no te quiere aquí.
―Él no me ha dicho nada, tú hazte a un lado...
―No.
―¡Espera, Garrett!
―¡Oye, suéltame!
―¡NO!
Y en sólo cuestión de segundos, Garrett ya tenía a Patrick en el suelo. Con una mano le sujetaba el cuello, mientras con la otra lo golpeaba salvajemente en la cara. Mi corazón se detuvo al ver cómo ambos se iban cubriendo de sangre.
Patrick logró zafarse sobre el pavimento y corrió hacia su auto, que seguía encendido. Garrett intentó alcanzarlo, pero yo me lancé sobre su espalda y conseguí detenerlo. Patrick se echó en reversa y su rostro ensangrentado se encontró con el mío, dirigiéndome una mirada incomprensible y aterrorizada. Volteé a ver a Garrett, o al monstruo que lo había reemplazado, en el momento exacto en que él me empujó hacia atrás y se alejó corriendo.
Caí de espaldas sobre el frío asfalto; sólo pude ver cómo las luces súbitamente desaparecían, y escuché un par de golpes sordos: carne contra metal, seguido de carne contra asfalto.
Me enderecé como pude y corrí hacia Garrett, con la cabeza punzándome y los ojos parpadeando rápidamente, como si lo que estaba viendo fuera a desaparecer de un momento a otro. El auto de Patrick ya no estaba cerca. No quedaban más que las marcas de sus llantas a un costado del cuerpo inerte de Garrett.
Me arrodillé junto a él, pero ni siquiera tuve el valor de tocarlo. Con ambas manos me cubrí el rostro y desgarré mi garganta a gritos.
Era mi culpa. Todo había sido mi culpa.
ESTÁS LEYENDO
El león y la gacela
RomanceMe llamo Dorian; mi apellido no es importante. Quizás deberías saber que tengo veintitrés años, que mi cabello es negro y mis ojos cafés. Que no tengo nada de especial. También deberías saber que soy gay, pero a diferencia de la mayoría de mis "cama...