4. Charlas de antaño

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—Hola, Eric— dijo la chica intentando mantener la calma.

—Qué... Qué sorpresa encontrarte aquí, ahora... Digo, hace cuánto no nos vemos— se rascó la cabeza el muchacho.

—Mucho— contestó rápidamente Diana esbozando una sonrisa corta y dirigiendo la mirada nuevamente a la mesa de aperitivos.

Por un segundo, ambos no sabían qué decir exactamente, esperaban quizá algún comentario para volver a interactuar, pero lo cierto es que ninguno sabía qué decir. La situación comenzó a ser incómoda hasta que Diana decidió romper el hielo.

—Así que...—comenzó a decir— Joven Villareal... Debí intuirlo por el apellido, aunque bueno, pensándolo bien, hay muchas familias con ese apellido. Realmente no esperaba que fuera la tuya...

—No creí que recordaras mi apellido— confesó Eric— mucho menos creí encontrarte de esta manera...

—Sí, mira que sorpresas da la vida. ¿Y cómo va tu vida? Bueno, al parecer te va excelente, pero me refiero a tu situación luego de preparatoria.

—Uy, pasaron varias cosas luego de eso. Me mudé al Norte con mi madre cuando se divorció de mi padre pero no nos entendimos bien, tuvimos unos roces y le pedí a papá permiso para venirme a estudiar acá y quedarme provisionalmente con él.—respondió él—A decir verdad, salió mucho mejor de lo que esperaba. Me empezó a interesar su negocio, pero sabía que no dejaría que yo estuviera en la empresa a menos que me ganara el puesto...

—Y supongo que no fue fácil...

—Claro que no. Él no estaría dispuesto a confiarme las cosas por el simple hecho de ser su hijo, es más, creo que ha sido el jefe más exigente que he tenido en la vida—rió al último.

—¿De verdad? ¿Mucho más que tu jefe de la hamburguesería en la que trabajabas?— cuestionó Diana de manera natural haciendo la plática más llevadera.

—Jajaja, por supuesto que sí. Aunque ¡Dios! Recuerdo el sufrimiento de ese empleo, ¿Recuerdas ese día que llegué tarde al evento escolar y además lleno de grasa? ¡Fue horrible! Me tocaba limpiar la cocina y resbalé con un poco de agua cuando cambiaba el aceite de la freidora, ¡Todo el piso y la mesa de trabajo quedó llena de grasa! Limpié tres veces la cocina a una velocidad impresionante— narraba el chico a la par que Diana y él reían— aún parece que veo la cara del jefe cuando escuchó que me caí y corrió a la cocina, ¡No puede ser que no me haya despedido!

—Entonces, supongo que no debió ser tan malo como creías— comentó la joven.

—Ahora que lo dices, creo que fue muy paciente conmigo...—reflexionó Eric.— Supongo que apenas me doy cuenta de ello... Aunque la que sí no fue nada tolerancia fue la profesora Mirna...

—¿La profesora Mirna? ¿Te regañó?— preguntó curiosa y simpática Diana.

—Me hubiera encantado que sólo fuese un regaño, ¡pero no! Habló conmigo inmediatamente y me dijo que estaría castigado por fallarle a mi equipo, llamó a mi madre para hacerle saber que además tendría 2 puntos menos en su materia por la falta, ¿Puedes creerlo?.

—¿De verdad hizo todo eso? ¡Vaya! Todos decían que era mala pero afortunadamente jamás me tocó un regaño suyo, bueno, sí nos llamó la atención una vez cuando nuestro grupo no terminó de usar la sala audiovisual justo cuando lo indicamos ¡Pero nunca fue nuestra culpa! El proyector no servia y tuvimos que esperar a que el señor de informática llegara para sacar uno nuevo... Ella entró molesta porque había apartado la sala para su clase, intentamos apresurarnos pero nos demoramos 10 minutos más...

Y de esta manera, Diana y Eric entablaron una conversación mucho más amena y fluida de lo que creyeron posible. Entre anécdotas e historias, recordaron a sus amigos y profesores, además de terminar hablando sobre cómo finalmente obtuvieron el trabajo por el que ambos se encontraban ahí. Para ello, Eric había invitado a Diana a sentarse en su mesa, pues el tiempo transcurrido había pasado volando y los pies podían comenzar a doler.

Las Piezas Que Nos FaltaronDonde viven las historias. Descúbrelo ahora