1.- El despertar

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Aurora Zaken

Siempre soy la segunda opción de todos. 

 Despertarse y sentir mi cabeza al límite de su destrucción con los ojos hinchados y esa voz susurrándome que no soy suficiente no es una agradable sensación. Combatir cada maldito día con mis inseguridades cansa, y llega el momento que lo único que pasa por mi cabeza es saber cómo reaccionaría la gente si ya no estuviera presente.

Vacío. Ese sentimiento causado por terminar un libro que te gustaba mucho, acabar una serie con la que te identificabas o aceptar que nunca tendrás un romance como el que tienen los personajes de las películas de amor. Nunca supe cómo deshacerme de él, por eso aún sigue en mí después de dos años.

Me llamo Aurora Zaken, tengo 16 años y no comparto ningún tipo de amistad con nadie. Antes creía en el cariño de un amigo o un hermano, pero me vi obligada a abandonar ese sentimiento a los 14. Perdí uno de los soportes más grandes de mi vida, mi hermana. Se podría considerar también la esperanza de mis padres, porque después de su muerte causada por las ganas de cumplir un sueño, mi familia se desestabilizó. A partir de ese día, me despertaba siempre con la misma pregunta penetrando mi cabeza: "¿En serio tengo que volver a levantarme para vivir la misma mierda?".

Mis padres eran siempre la fuente de todos mis problemas mentales: nunca me apoyaron en nada, solo estaban pendientes de mi hermano mayor, Samuel, que era la "joya" de esta familia corrupta, mientras yo era considerada una decepción. Nunca fui una persona que dependiera de mucha atención, pero... ¿De veras no pueden dar su mínima atención para que yo me sienta un poco más... querida?

Odiaba a mi madre, aunque no tanto como a mi padre. Nunca salió nada bonito de su boca hacia mí. Siempre eran insultos, órdenes, críticas... No soy un objeto que puedas usar durante un tiempo y después tirar a la basura. No quiero estar siempre aterrada de lo que piense de mí. Cada día intento dar lo mejor para hacerla sentir orgullosa de su hija, pero nunca es suficiente para ella.

No considero tener una relación saludable con mi padre. Él es la causa por la cual intenté enviar una petición para que alguien me robara la existencia. Cuando entra en casa me encierro en mi cuarto para evitar que me mire con esa cara de decepción o que me amartille a golpes. Todas mis inseguridades fueron generadas por él y aún siguen dentro de mi cabeza.

No entendía a esta familia. ¿No se supone que una madre y un padre tienen que intentar hacer todo lo posible para que sus hijos estén cómodos? Yo no pedí estar aquí. Ellos lo decidieron. No es mi puta culpa haber nacido.

Hice la cama y me fui directa al baño. Cuando me miré al espejo, tenía ganas de llorar, porque no me gustaba para nada la forma de mi cuerpo y mi cara estaba aún peor, así que apagué la luz y estuve a ciegas haciendo todas mis necesidades. Cuando bajé a la cocina estaba mi madre con mi hermano desayunando, o sea, ni se molestaron en llamarme para comer.

—Pero mírala, por fin te despiertas —dijo mi hermano con tono irónico.

Nunca me cayó bien. Ojalá tuviese un hermano que me ayudara a sobrellevar todos mis problemas, que me ayudara a salir de este bucle constante de emociones negativas, o que me diera un abrazo cuando me sintiera sola. Ese tipo de personas para mí ya no existen, pero existían.

—Lo siento, es que no me encuentro muy bien —mentí.

Me dirigí a la cocina para ponerme un poco de agua en un vaso, pero mi madre me interrumpió cuando estaba a punto de tomármelo.

—¿Estuviste lavándote los dientes con los ojos cerrados? Tienes todo el pijama manchado, guarra —dijo irritada—. ¿Cuándo vas a ser más madura hija mía? ¿No entiendes que si continúas así, nadie te va a respetar? —preguntó gritándome—. ¿¡Me estás escuchando maldita desgraciada de mierda!?

Soy mi propio obstáculoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora