4.- ¿Felicidad?

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Aurora Zaken

Nunca sé cuándo confiar en una persona que quiere formar parte de mi vida. Recordar numerosas experiencias donde las personas más importantes en mí me fallaron hizo teletransportar la confianza social hacia una caída libre que daba a las partes más profundas del universo. ¿Cómo puedes asegurar que el cariño de un amigo no puede romperse en millones de partículas en cuestión de segundos? ¿Cómo le das una segunda oportunidad a esa persona que te quiso llevar hasta tu peor estado?

Confiar en alguien nuevamente es como darle otra bala para disparar. La primera la falló, pero ¿quién dice que la segunda no te pueda eliminar? La estupidez está volviendo a mí porque tengo la necesidad de arriesgarme de nuevo, de intentarlo otra vez, de darle otra ocasión a esta mente sin esperanza.

Mantenía la vista fija en el techo de esa habitación mientras mi respiración quedaba ahogada por el sonido de los pitidos del trasto que no me había dejado descansar esta noche. Cada vez que pienso en las palabras de Raimon, se forma un pequeño corpúsculo de esperanza en mí. Estuvimos hablando hasta muy tarde de todas las cosas que nos enlazaban en un vínculo. Nunca pensé que tendríamos tantos elementos en común ni tantas experiencias que explicaban el porqué de nuestra actitud.

Las horas pasaron volando y Raimon debía retirarse; él se negaba, pero vino el profesor y le pidió privacidad para hablar conmigo sobre la causa de esa nariz rota. Le mentí diciendo que fue un terrible accidente que dejó todo el baño bañado en líquido rojo, justo como hice con Raimon... Es verdad que Ainhoa y Mateo merecen ir más allá del infierno por sus actos, pero no iba a permitir que Raimon se involucrara en mis problemas o que se sometiera en la posibilidad de salir herido por mí. Los profesores tenían todo el derecho de saber la verdad, pero prefiero darles unas horas de libertad a esos malcriados, porque la próxima vez que esté delante de Ainhoa el autocontrol va a perder su existencia.

Hoy ya podía irme a casa, así que me levanté de esa cama donde quedaron palabras que nunca perderían su importancia. Me puse la ancha sudadera que me había dejado Raimon en la silla, la olí y me vino una imagen de su rostro sonriente diciéndome esas palabras que cambiaron la forma de ver el mundo, mi mundo.

—Verás que muchas de tus preocupaciones van a desaparecer y vas a tenerme aquí disponible las 24 horas del día —dijo Raimon reflejando una sonrisa mientras yo me limpiaba las lágrimas que se deslizaban por todo mi rostro.

—Puedes darme un último abrazo antes de irte, por favor —murmuré con la voz al borde de un acantilado cuando se acercó y me envolvió con sus brazos. En aquel momento, restableció todos los átomos que formaban parte de mi ser. Sentía cada orgánulo funcionando, cada mitocondria despertando para darme energía, para que yo pudiera aguantar un poco más.

—Te has convertido en una persona muy fuerte por todo lo que has pasado —dijo agregando más fuerza al abrazo.

—Yo no quería ser fuerte —afirmé sollozando— solo quería ser feliz.

Cuando salí de la habitación, me dirigí a recepción para informar que ya me iba. Le dije mi nombre y que me habían dado el alta hoy.

Cuando me di la vuelta, me quedé paralizada.

La vi ahí sentada deslizando su dedo por el móvil, nerviosa. Tenía una chaqueta en su regazo y un gorro de invierno marrón que cubría la mayor parte de su cabello.

—¿Mamá? —dije mirándola extrañada.

Ella dirigió su mirada a mí como un rayo y se levantó de la silla con una rapidez que no era propia de ella.

—¡Aurora! —exclamó—. ¿Qué te ha pasado? ¿Estás bien? —preguntó con los ojos deslizando su mirada hacia la nariz cubierta de una gran cantidad de materiales que me impedían respirar—. Los profesores me informaron que estabas en este hospital.

Soy mi propio obstáculoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora