Aurora Zaken
Mientras me acercaba a la mesa, mi interior estaba dominado por los nervios y el miedo. No recuerdo la última vez que dirigí mi palabra a otra persona; me daba pánico entablar una conversación con alguien que no conocía de nada.
Me senté. Mi corazón iba a tres mil pulsaciones por segundo. Pensaba que me iba a morir ahí mismo, pero... no pasó nada. Él estaba tranquilo, ni se molestó en mirarme. Era cómodo el silencio que nos rodeaba mientras el profesor indicaba el sitio de los otros. Me parecía satisfactorio ver cómo daba golpecitos en la mesa con sus dedos, como si estuviera tocando una pieza en el piano. Noté que tenía un anillo en el dedo anular y una pulsera negra en su muñeca derecha. No quería levantar mucho la vista, pero tenía un pelo castaño revuelto, llevaba una sudadera blanca con una especie de dibujo en el centro y unas Converse negras iguales a las mías.
Mientras el profesor acababa de sentar a los otros compañeros, dos nombres se me quedaron clavados en el cerebro: Ainhoa Gracia y Mateo Castillo. No podía estar pasando eso... Mi mente se quedó en blanco mientras observaba que se sentaban a dos mesas delante de mí. Pensaba que mi vida ya estaba al borde de un acantilado, pero ahora me parecía que iba directa a caer por él. Ellos eran... eran esas personas que hicieron mi vida escolar insoportable cuando se dieron cuenta de mi forma de desahogarse.
De repente noté mi pulso acelerarse, la temperatura de mi cuerpo aumentar y empecé a sudar como un pollo. A los pocos segundos sentía mi cabeza dar vueltas y mis manos temblar. Me apoyé con los codos en la mesa mientras notaba mi respiración descontrolada y solo me vino un pensamiento: ataque de ansiedad. No iba a aguantar otro año con esa gente. Quería desaparecer, irme.
Cuando noté mis lágrimas saliendo, lo oí.
—Hey... —dijo Raimon preocupado—. ¿Estás bien? —preguntó susurrando.
Me giré sorprendida y lo vi. Ojos marrones, labios carnosos y húmedos, esa expresión facial de preocupación... Noté su mano en mi pierna. En ese efímero instante vi como era el anillo. Estaba hecho con madera y tenía un símbolo grabado que no entendía, pero parecía japonés.
—S... Si —dije con la voz entrecortada mientras me limpiaba las lágrimas.
—Relájate... toma —dijo mientras sacaba una botella con agua de su mochila y me la ofrecía—. Te sentirás mejor si bebes un poco —agregó con una tímida sonrisa.
Quería llorar. Llorar de alegría. Me sorprendí lo respetuoso que era, ya que ni se molestó en preguntarme por qué motivo estaba llorando y temblando. Pienso que no quería entrometerse en mis problemas personales, pero era la primera vez después de mucho tiempo que alguien se preocupaba por mí y me miraba de esa manera. Quería inmortalizar este momento.
Acepté la botella, dudosa. Levanté la vista y me di cuenta de que era... muy guapo. Tenía esos dientes blancos como perlas, un collar con una piedra preciosa colgando de él y ese cabello marrón revuelto que le quedaba espléndido. ¿Cómo puede un completo desconocido hacerme sentir mejor que mi propia familia?
—Gra... gracias, me alivió un poco —dije avergonzada devolviéndole la botella después de beber dos tragos.
—Aurora, ¿verdad? —preguntó mientras dejaba la botella en la mochila—. Yo soy Raimon —se presentó con una gran sonrisa.
—Sí... Soy Aurora, Aurora Zaken —confirmé mientras me acomodaba en la silla.
Mis nervios me consumían. No estábamos prestando atención a la clase, pero el profesor solo hablaba de los horarios y las diferentes asignaturas, así que no le dimos mucha importancia.
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Soy mi propio obstáculo
Novela Juvenil"No creo que la gente entienda que estresante puede ser explicar qué está pasando dentro de tu cabeza, cuando ni tú mismo lo comprendes."