My life, now.

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¿Cuántos meses han pasado? ¿Cuántas noches me desperté por soñarla? ¿Cuántas veces me lamenté? Ahora mi vida estaba desecha, embocada en otra dirección. Aún no puedo creer que Cindy me haya cambiado tanto. Ella logró pasar por la coraza. Es decir, antes de que ella llegara, no me hubiera mudado por trabajo. O simplemente no estaría desordenando mi mente, pensando en ella. Todos estos diez meses me han complicado profundamente. Y no solo desde el punto de vista emocional, sino también laboral. Ya que, gracias a mi falta de sueño, perdimos uno de los más importantes negocios. Una de las razones por las cuales me habían traído a Los Ángeles. Me sentía tan solo y abrumado, era un continente totalmente diferente a la comodidad de Londres.

No sé en qué rayos pensaba cuando no acepté la propuesta de Cindy. Pero, luego todos esos recuerdos vuelven a mí. Ella fue mi mejor amiga desde los nueve, fue mi primer amor, y la razón por la cual seguí un trabajo tan complicado. Pues sabría que tarde o temprano podría volver a verla. No quería que ella se perdiera la oportunidad de conseguir ser la mejor organizadora de eventos de todo Londres. Sabía que ella deseaba eso, y no se lo iba a negar. Después de todo, ¿Quién era yo para hacerlo?

El despertador sonó, temprano, como todas las mañanas que había pasado en Los Ángeles. Lo apagué y me estiré entre las sabanas. Tome mi cara entre mis manos y bostecé. Anoche no había sido una gran noche. Fui hasta el baño y me cepille los dientes y el cabello. Me lavé la cara y corrí a la cocina a desayunar. Me bañaría más tarde. No tenía tiempo ahora.

Salí del edificio, con un café en la mano y el maletín en la otra. Tomaba de sorbos lo último que le quedaba al vaso de plástico cuando vi un taxi libre. Levanté la mano que traía el maletín. El taxista paró y me subí lo más rápido que pude. El traje me incomodaba como de costumbre, y cuando el señor me preguntó a donde iba le respondí con voz cansada: “A las oficinas Green”.

La vista que tenía de las calles de Los Ángeles me parecía siempre lo mismo. No había muchas cosas excitantes, y no es que en mi pequeño barrio de Londres las hubiera. Ahora todo me parecía absurdo y aleatorio, normal, sencillo. Mi vida era normal, y no había nada extraordinario que pudiese cambiar o suceder. Cindy me hizo entender eso.

Sacudí mi cabeza, incrédulo de todas las veces que pienso en ella. No era normal, por lo menos no para mí. Yo estaba acostumbrado a seguir un itinerario, una rutina. Siempre con mis tiempos manejados, ordenados: otra de las cosas que cambió ella.

El taxi paró enfrente a un enorme edificio, este llegaba a los veinte o treinta pisos, pero mi oficina se encontraba en el octavo piso. Algo bajo y normal.

“Normal y sencillo como yo” –Pensé mientras cruzaba la calle y me dirigía a las oficinas.

Wedding BellsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora