Personajes de Mizuki & Igarashi.
Capítulo 10
Entró al salón de fiesta, acompañada de su marido; aún le era imposible asimilar que aquel lugar tan lujoso le pertenecía a Anthony Brown: un chico dulce, humilde e incapaz de hacer o cometer algún daño... pero "¿cómo lo logró? ¿Cómo lo consiguió?" Era una de las tantas preguntas que se hacía Candy, quien estaba nerviosa por lo que fuese a ocurrir en ese sitio, donde por fin Albert y Anthony se verían cara a cara. Ella quería huir. Sin embargo, si lo hacía: notarían su preocupación y, quizás, sería peor para todos.
Por ello, consideró, mejor, mantener la calma. Confiaba en la prudencia de su fiel y querido amante. Sabía que él nunca actuaría en contra de su deseo; ella nunca lo engañó, siempre fue honesta al decirle que se casaría y se entregaría a su esposo. Él aceptó las reglas del juego, es injusto que ahora desee dar un giro de 360 grados a la relación que hasta el momento habían llevado.
—Adelante, señores, en seguida les anuncio.
—Gracias... Candy te noto preocupada, ¿te sientes bien? Cuando gustes nos marchamos. Es natural que, debido a tu embarazo, estés fatigada.
— Albert, me encantaría regresar a casa. En mi primer embarazo, también, me sentía agotada.
—Comprendo, cruzaré algunas palabras con mi nuevo socio y nos retiramos.
—Gracias por ser tan comprensivo.
Mientras en un bar no muy lejano de la ciudad de Lakewood.
—Con que ese jovenzuelo después de todo logró huir de las barracas.
—Sí... se-ñor.
—Y ustedes fueron incapaces de evitar que se escapara... Franco... no te pongas nervioso, no soy tan... frívolo como la mayoría me percibe ¡No! —mr. Fransua caminó hasta su escritorio para sacar un arma y, de manera inesperada, disparó a la cabeza de aquel ineficiente secuaz, sin remordimiento alguno—. Soy inescrupuloso ¡LEVÁNTENLO!
En la mansión del nuevo socio de los Ardlay, Georges se acercó a Albert.
—William, deja a tu esposa en compañía de las otras damas. Necesitamos firmar unos papeles antes de dar el anunció de la nueva alianza.
—Comprendo. Candy, amor, no me tardo, apenas firmemos unos documentos regresaré y nos marcharemos.
—Está bien. No tardes.
Candy se unió al resto de las señoras de la sociedad, las cuales no paraban de conversar.
—¡Ya se enteraron? El nuevo socio es joven y aparentemente está soltero —dijo una de las casaderas, suspirando—, es decir, que está ¡disponible! Ojalá se fije en una de mis hijas. Candy frunció el entrecejo por el comentario, para nada le pareció la idea de que su Anthony se casase.
En la biblioteca.
—¿Así qué usted es mi nuevo socio? —dijo Albert, extendiéndole la mano al joven que tenía al frente.
—Sí, un placer en conocerle, señor Ardlay. Me han dicho que usted es un ¡as! en los negocios.
—¡Eso dicen? Vaya, es un buen cumplido.
—Anthony Brown. Es un placer estrechar la mano de mi nuevo asesor y socio financiero.
—No se arrepentirá y más aún con la desaparición del Primer Banco de los Estados Unidos.
—Perfecto, señores. Aquí están los documentos que los acreditan como socios de los cultivos de algodón.
—Gracias, Georges —agradeció Albert, palmeándole la espalda a su hombre de confianza—. Siempre tan diligente, mi padre hizo un gran acierto en convertirte en la mano derecha de la familia Ardlay.
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Amar sin prejuicios
Historical FictionAnthony Brown, un chico, que pertenecía a la servidumbre de la casa White desde niño se ocupó de la jardinería. Candy y Anthony se enamoraron desde muy temprana edad, por lo que se juraron amor eterno. Lamentablemente, la vida se encargó de interru...