Capítulo 3

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Los personajes son creados por la escritora Kyōko Mizuki, uno de los seudónimos de Keiko Nagita, y la mangaka Yumiko Igarashi, seudónimo de Yumiko Fijii, publicado en Japón por Kōdansha Ltd. desde 1975 a 1979.

Capítulo 3

Ella pegó su cuerpo al de él y se dejaron llevar por la llama de la pasión.

Con su voz, apenas audible, le pidió que la amara.

—Candy, es lo que más deseo..., pero eres una mujer casada. Te quiero completamente para mí.

—Las consecuencias de abandonar a mi esposo, serían desastrosas. Nada podemos hacer. Lo único que nos queda es disfrutar de estos espacios cortos de nuestras vidas y deleitarlas al máximo, sintiéndonos, amándonos.

Candy besó sutilmente los labios de su eterno amor. Acarició su espalda, haciéndole reaccionar. Con facilidad oía el latir de su corazón acelerado por el ardor que le inundaba la piel, los sentidos. Él se separó un poco de los labios de ella para mantener por unos breves segundos la mirada fija en esa hermosa mirada verde. Tenía que verla, saber que su presencia no era producto de una ilusión derivada de un anhelo inalcanzable.

—Oh, Candy. Nunca nos habíamos besado así, tu perfume a rosas, el dulce sabor de tus labios, es impresionante todo lo que le hace sentir a mi cuerpo.

—Sé lo que sientes y pronto sentirás más, amado mío.

Candy le rodeó la cadera con sus hermosas piernas para unirse en uno solo.

—Candy, Candy, nunca... había sentido esto, es tan raro y a la vez... delicioso.

Él la alzó en brazos y la llevó hasta una piedra grande ubicada cerca del río. Los gemidos no se hicieron esperar. Empezó a caer gotas de lluvia. A Anthony se le cristalizaron las pupilas al saber que la tendría entre sus brazos por poco tiempo... sabía que su amada estaría con otro el resto de su vida. Candy besó su cuello, manifestando su amor.

—Anthony, mi Anthony, siempre pienso en ti. Jamás olvido, ni olvidaré —decía entre gemidos sollozantes—: nuestras caminatas, tus palabras de amor, nunca, nunca, nunca las olvidaré.

No obstante, Annie (al sentir las gotas de lluvia sobre su espalda) decidió buscar a Candy. Tras ver la ropa de su hermana, la recogió y caminó hasta el río. Cuando los vio, se asustó al creer que estaban poseídos, más aún al mirar que Anthony tenía una especie de asma.

—¡Candy! ¡Candy! —exclamaba.

Annie, con lágrimas en los ojos, los detuvo preguntándoles:

—¡Candy, hermana: ¿qué tienes, por qué están así, se van a morir? —inquirió angustiada, asunto que generó desorientación en los amantes que no sabían qué decir ni qué hacer.

Anthony se puso a un lado de Candy y colocó su brazo por encima de su frente, tratando de recuperar el aliento. Annie se asombró al mirar la evidente erección de aquel chico dulce y amable del que su hermana siempre le habló.

Candy, normalizando su respiración, expresó:

—Hermana, estoy bien. Dame mi ropa. Voltéate por favor.

Anthony se vistió. Solo tenía un simple pantaloncillo. Con toda la vergüenza del mundo trató de disculparse:

—Señorita Annie, permítame explicarle.

—Anthony, no te preocupes. Yo le explicaré —dijo Candy ajustándose el corsé de su vestido.

—Hermana, no hay tiempo de explicaciones, vámonos pronto. Te lo imploro. Escuché los cascos de unos caballos que se aproximan.

Amar sin prejuiciosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora