Capítulo XXXIII: Distracción.

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— ¿Perdona? —inquirió Selene con la voz ligeramente atorada en la garganta, ella pasó saliva con dificultad para entonar su siguiente pregunta: —¿A qué te refieres?

La sonrisa del chico no decaía, el se pasó una mano por su cabello oscuro.

—Me refería a que si te gustaría que te ayudara a ponerte al día con las temáticas del curso de Jouvet —repitió el con otras palabras— es un maestro duro y sorprendentemente me ha ido bastante bien con sus clases. 

Selene había estado tan enfrascada en sus pensamientos y persecución con Lysander que había olvidado por completo las últimas palabras que Jouvet le dijo antes de abandonar el auditorio. El joven ante ella tenía razón, ella debía ponerse al día con todo... sin embargo, en su mente no cabía la posibilidad de que alguien la ayudara, ni siquiera se había detenido a sopesarlo. 

Ella miró al rededor de nuevo, esperando que su hermano la hubiese esperado al notar que era evidente que ella quería hablar con él, pero Lysander ya no estaba y la chica de las pecas tampoco. 

Selene ocultó su decepción y tristeza.

—¿Y por qué quieres ayudarme? —preguntó en su lugar al chico que tenía delante, intentando abandonar la lluvia de pensamientos nocivos que llegó a su mente, ahogando la locura que luchaba por desatarse al pensar en lo poco que le importaba a Lysander. En su lugar, se enfocó en la intensa mirada marrón del joven... No, más bien miel, o avellana, o una mezcla de varías tonalidades cálidas que le recordó a las hojas en otoño. 

—Me pareces hermosa.

Hermosa.

Hermosa.

Hermosa.

"Él te dijo hermosa" retumbó la voz de la cabeza de Selene, sentía que su cara debía ser un poema total ante el inesperado halago. En toda su vida, en todas las personas que la habían rodeado... en su madre, en cada instante... jamás pensó o realmente imaginó ser digna de un elogio, menos aún cuando mirarse al espejo algunas veces le causaba repudio, menos aún cuando recordaba a su madre gritándole que era una decepción y que no merecía estar viva siquiera.

Algo se rompió dentro de Selene desde su infancia.

Y por mucho que quería decirle algo al chico.

Por mucho que estaba buscando una respuesta adecuada.

Un agradecimiento.

No la encontraba.

Selene estaba muda, perdida, confundida... Y al mismo tiempo, sentía un pequeño rezago de alegría que era incapaz de aceptar, sentía que no lo merecía.

— Y debo admitir que es un buen pretexto ofrecerte mi ayuda para ponerte al día mientras aprovecho para conocernos —continuó hablando él.

La joven sacudió su cabeza buscando aclarar sus pensamientos. 

— Yo no necesito ayuda — mintió.

Era evidente que necesitaba ayuda, tanto en sus estudios como para recobrar el orden en su vida, en su corazón, en su mente y no sentirse como un tempano de hielo sin sentimientos y al borde del colapso, pero jamás lo admitiría y su psiquiatra estaría de acuerdo con ese pensamiento, si hay algo en lo que Selene destacaba era su terquedad. 

— A todos nos viene bien una mano de vez en cuando — el chico le guiñó un ojo y el corazón de Selene se saltó un latido, ella se llevó una mano al pecho ante el inesperado movimiento acelerado y frunció el ceño—  Mi nombre es Christopher y tú, señorita Aldrich, ¿Cuál es tu nombre? 

MonocromáticoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora