En el mundo hay toda clase de personas, entre esas, quiénes se dejan guiar por su intelecto, argumentando que todo tiene una explicación, sin embargo, pensó Cassandra, la razón no podía ser escogida sobre todas las cosas. Así mismo, existen quiénes piensan que todo en el mundo tiene un destino, que las situaciones son obra de las causalidades y que si algo ocurre, bueno o malo, es porque se lo tenían merecido; también estaba mal creer que todo estaba regido por fuerzas más allá de las personas.
Cassandra bostezó mientras cerraba su taquilla tras tomar el libro que estaban estudiando en la clase de historia del arte. Al principio se había preguntado por qué una estudiante de escritura creativa debía ver aquella clase y luego comprendió que se debía al conocimiento general que debía adquirir, no caer en la falencia de hablar sobre cualquier tema sin conocer... Y porque hacía parte de las asignaturas obligatorias.
Ella miró el techo, observando las pinturas que en él habían, algunas parecían obras de Miguel Ángel como la de la Capilla Sixtina, tan conocida, pero ella sabía que ninguna pertenecía al afamado pintor.
Habían cosas que podían explicarse, sopesó Cassandra, pero también, habían cosas que era mejor mantenerlas como un misterio, eso le daba un vestigio de magia a la realidad y alimentaba los sueños por los que se luchaba a diario, sino, las personas serían simplemente cuencos vacíos, andando por el mundo como autómatas.
Ese tipo de misterios son lo que valía la pena resguardar, temer, adorar y creer, como muchísimas obras de arte a las cuáles no se les lograba dar explicación. Ese tipo de misterios son lo que ofrecían una razón para vivir, habían enigmas que estaban destinados a nunca ser resueltos.
Como Lysander Aldrich, pensó Cassandra, suspirando con inocencia mientras caminaba con la mirada perdida por los amplios pasillos.
Aunque parecía más una sombra diáfana de sí mismo al vagar como alma en pena por los pasillos de L'hiver Institut , sin modular palabra o generar sonido alguno, casi parecía surrealista el silencio que permanecía a su alrededor y la oscuridad que parecía cernirse sobre él a cada instante, aunque esta última podía deberse a la desbordante imaginación de Cassandra, haciendo de las suyas para meter a una persona en una historia trágica y poco interesante.
Ella sabía que Lysander tenía dieciocho años, había pertenecido a las mejores escuelas, hijo de diplomáticos y siempre rodeado por personas de la alta alcurnia. Podría decirse que fue criado en cuna de oro y no habría ni una pizca de mentira en esa frase, no obstante, no parecía un niño mimado, ególatra o narcisista.
Se crió en Londres, según los rumores que se divulgaban por los pasillos de L'hiver Institut, durante toda su infancia viajó muchísimo más de lo que lo hace una persona promedio en toda su vida, eso solo sirve para imaginarse cuánto debe conocer.
Aunque no lo parezca, desde la primera vez que Cassandra lo vio, surgió en su pecho una insistente curiosidad, parecía que en lugar de un corazón tenía una lupa y estaba deseando empezar como detective, para desenmascarar a Lysander Aldrich, el mayor misterio que se cruzó en su camino.
Lysander era sinónimo de perfección, desde la perspectiva de Cassandra, elegante e indiferente, casi como si hubiera nacido en el florecimiento del siglo diecinueve, traído de otro época e insertado en la locura del siglo veintiuno, donde el tener es más importante que el ser. Siempre engalanado con prendas negras y una permanente mirada de abatimiento en su rostro, con sus cabello rubio tan pálido que podía pasar por blanco, y ojos azules, cristalinos, que reflejaban melancolía y una tormenta de emociones, aunque en el exterior permanecía impertérrito, junto con su piel pálida, parecía un paisaje de invierno, podría confundirse por albino, de no ser por sus pestañas oscuras y espesas, al igual que sus cejas.
No parecía natural.
Cassandra o Cassie, como le decían sus amigas, no podía evitar suspirar por él.
No ayudaba que fuera un prodigio, todo le salía bien, los profesores no se metían con él ni le amonestaban sobre nada, le había visto faltar a varias clases sin reprimenda alguna, caminaba como un dios entre mortales, inalcanzable e insuperable, y no parecía importarle en absoluto.
Pero todo esto ella lo descubrió tras varias semanas en L'hiver institut, cuya traducción sería Instituto de Invierno, aunque no tenga nada que ver con la invernal estación, más bien llamado así por su fundador: Claude Hiver, un gran artista, un escultor, varias de sus obras se exponían en los pasillos del instituto, proclamando a gritos su inmortal presencia en el arte. El Instituto de Invierno es una de las academias de arte más prestigiosas, exigían lo mejor en sus alumnos y maestros, debías ser verdaderamente talentoso para entrar.
En L'hiver Institut toda creación era estética y comunicativa, y aunque su fuerte era la pintura, también tenía otras categorías como la música, escultura, escritura y poesía, fotografía, entre otras. No cualquiera tenía la posibilidad de entrar, afortunado aquel que lograba que le aceptaran, además el valor que se pagaba era también una gran consideración.
Y a pesar de todo, Cassie logró entrar, con una de las pocas becas que otorgaban.
Ella se hizo un lugar en el mundo de perfección y aislamiento que era L'hiver institut, dónde vio a Lysander Aldrich y casi como si de un embrujo se tratase, no podía quitarle los ojos de encima. Cassie juraba que aquello no era una obsesión, para nada, simple y llanamente era curiosidad.
Ella se quedaba observándolo cada vez que se cruzaban por los amplios y eternos pasillos, en ese instante, solo milésimas de segundos pasaban mientras su miraba se paseaba sobre él, y luego él seguía con su camino, como siempre.
Cada vez que aquello sucedía, Cassie se preguntaba: ¿Qué pensamientos le agobiaran?¿Qué le desvelaría en la noche?¿Tendría algún habito nervioso? Debía ser así, claramente, era humano, después de todo no podía ser perfecto.
Desde el otro lado del pasillo, su compañera Amely Duncan, la saludó con una sonrisa en el rostro. Llevaba la falda a cuadros del instituto mucho más alta de lo que era permitido, un pequeño broche de Ririchiyo en el chaleco azul oscuro, en versión Chibi como ella le había explicado cuando recién se conocieron, no hace falta decir que Cassandra conocía poco sobre el anime.
Cassandra la saludó cuando se acercó y comenzó a hablarle sobre los preparativos para la clase de Literatura y Creación. Aunque Cassandra continuamente forzaba a su mente a pensar en otra cosa, siempre terminaba regresando a Lysander Aldrich, cuya sonrisa era desconocida para todo el mundo y sus ojos abatidos te forzaban a mirar en la dirección opuesta, ella nunca había sido capaz de dirigirle la palabra y siempre que le veía parecía que cada pensamiento racional se arrojaba lejos.
Mientras ella y Amely caminaban por el pasillo hacia la torre norte, vio a Lysander venir en la dirección contraria. Siempre con paso firme, espalda recta y mirada perdida en el vacío, sin centrarse en nada, ajeno a la realidad y al mundo en general. Lo único que delata su presencia es el sonido de sus zapatos en el silencio repentino que cayó como agua helada, cada estudiante que pasaba se quedó mudo, le echaban ojeadas y se escuchaba uno que otro murmullo, bajos e ininteligibles.
Lysander, cuyo nombre era tan peculiar como su persona, alzó la mirada y sus tenebrosos ojos encontraron los de Cassandra, luego su mirada vagó por el pasillo y todo el mundo continuó con lo que estaban haciendo. Ella dejó que su mirada mantuviera la de Lysander y luego la alejó rápidamente, incapaz de sostenerla por más tiempo.
Él siguió con su camino.
Y ella se dirigió a su siguiente clase.
Cassandra develaría el misterio que Lysander era.
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Monocromático
Mystery / ThrillerÉl es el antónimo de calidez, vida y color; su mundo gira al rededor del blanco y el negro, la frialdad carente de emociones y una tormenta de matices grises. Él es la personificación de la oscuridad, el misterio y la indiferencia. Él es Lysander y...