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Emilio se despegó de los labios de Joaquín solo para musitar:

—¿Estás seguro?

Luego, volvió a engullirlos entre su boca, besando y succionando, tomándolo con firmeza de la pequeña cintura mientras aprisionaba su cuerpo contra la pared.

—No lo sé —respondió Joaquín de vuelta.

—No lo sé no es una respuesta con la que pueda trabajar. Es sí o no.

—No lo sé.

Ambos continuaron hablando entre besos, pero a pesar de las respuestas burdas de Joaquín, Emilio no se detuvo, y Joaquín tampoco levantó un dedo para hacerlo. Simplemente se dejó besar, todo el camino desde su mejilla hasta su clavícula.

Emilio abrió la puerta de la caravana, tomó a Joaquín por las axilas y lo levantó de un abrupto tirón, sin romper el beso tan siquiera por un segundo, lo montó en la caravana y lo siguió sin titubear, mientras el brazo que no sostenía la cintura de Joaquín cerraba la puerta con torpeza. Emilio tenía que flexionar incómodamente las rodillas, el techo estaba muy bajo y Joaquín era demasiado corto.

Todo estaba oscuro dentro del lugar, la luz nocturna apenas era capaz de atravesar las ventanas del remolque y a Emilio le costaba ver por donde pisaba.

Sintió el punzante dolor en el hueso de su cadera al golpearse contra la encimera de la cocineta, que lo arrancó inmediatamente del asimiento de Joaquín.

—¿Qué? —logró mascullar Joaquín con el poco aliento que le quedaba.

—Mierda, no veo nada —maldijo Emilio en voz baja.

—Oh, que pesadilla.

Emilio negó con la cabeza y puso los ojos en blanco, asegurándose de soltar un bufido para que Joaquín fuera capaz de escuchar su frustración. Lo tomó de los hombros y lo empujó sin contenerse hasta la pequeña cama al fondo de la caravana.

Joaquín se tropezó con sus propios pies y soltó un chillido ante la repentina caída, solo para suspirar sorprendido al sentir un acolchonado aterrizaje. Palpó a su alrededor, estaba en una cama frígida de sábanas frías que le producían picazón.

—¿Dónde estamos? —preguntó, sintiendo el cuerpo de Emilio aterrizar sobre él sin cuidado, con ambos brazos puestos a cada lado de la cabeza de Joaquín, sosteniendo su peso.

—En el remolque de Zayn.

—¿Y no se... —Joaquín tuvo que empujar a Emilio por el pecho, pues sus constantes besos en el cuello le resultaban una distracción de lo más efectiva a la hora de formular sus palabras— ¿Y no se molestará si nos encuentra aquí?

—Hoy no. No está noche —Emilio lo besó de nuevo, esta vez, en los labios, asegurándose de cerrarlos por completo para que Joaquín no emitiera sonido alguno que no fuera de placer por el resto de la noche.

Emilio sonrió a la mitad del beso cuando sintió sus dedos pequeños, de uñas cortas, aferrándose a los músculos tensos de su espalda. Podía imaginárselos, blancos por el agarre fuerte y sus muslos temblando bajo la anticipación.

Relamió el labio inferior de Joaquín y alcanzó la parte trasera del cuello de su propia camiseta antes de arrancársela del cuerpo. Las manos de Joaquín cayeron de vuelta a la cama, una descansando a cada lado de su cabeza, mientras su rostro sonrojado miraba hacia el frente, sin saber que esperar. Su pecho subía y bajaba erráticamente, tratando de recuperar su propio ritmo, y Emilio solo se paró ahí, sobre sus rodillas, mirando a Joaquín desde su ventajosa posición.

Voraz|Emiliaco|adaptaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora