La noche con sombras carmesí.

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La luna era resplandeciente, era solitaria, era fría. Los grillos tocaban una melodía simple y que saturaba los sentidos, en ningún momento se escuchó algo más.
No pasó mucho tiempo antes de que las pisadas pesadas de un animal, se volvieran ligeras y silenciosas, las pisadas de un hombre. Y bajo la luz de la luna este depredador olió por una presa, la buscó, la cazó y asechó en silencio. Un paso a la vez, sin apartar la mirada mientras escuchó los latidos de su objetivo acelerarse con cada paso que daba en las solitarias calles en la noche, las lámparas  de luz amarillenta apenas iluminando el pavimento mientras parpadeaban cuando el animal asechador se acercaba, cómo si este tuviera una energía mortal que mermaba la electricidad. La persona rápidamente se dio cuenta de que algo lo seguía, se dio cuenta de que estaba en peligro y eso le aceleró el corazón con doloroso frío, el terror llegando a su torrente sanguíneo para devorar su razón y hacerlo correr torpemente en alguna dirección que le diera la vana ilusión de seguridad. Pero el animal estaba listo para esta reacción, deleitándose con su terror en aumento, con sus pasos torpes, su respiración agitada y descolocada. Pronto su víctima se cansaría, y el también se cansaría de ese cruel juego para cometer su terrible crimen.

Lento, deslizándose con elegancia como una sombra más en la oscuridad con un olor a muerte que el pobre aterrado logró oler y también eso logró hacerlo llorar del terror, corriendo por su vida de un peligro mortal, aun si caía al suelo y tenía que arrastrarse. El poderoso cazador sólo sonreía de oreja a oreja con el juicio trastornado, los ojos llenos de sadismo y crueldad, llenos de hambre y emoción. Su víctima pronto se cansó y se arrastró humillantemente por su vida entre lágrimas de terror y tristeza, en el fondo sabía que no iba a poder salvarse, en el fondo sabía que ese era su fin y nunca sabría que fue lo que le dio su horrible destino. Quizá es un instinto humano que todos poseemos, un instinto que le dijo a el que su depredador no era humano, y tampoco era un animal con intenciones de devorarlo. Era una criatura que ansiaba la venganza, la carne y el descontrol de su mente trastornada y su alma distorsionada que alguna vez fue la de un héroe tratando de ocultar su naturaleza asesina. 

La pobre persona, cuyo nombre nunca se supo, cuya alma fue tan desafortunada como para salir tan tarde del trabajo y toparse con este ser en medio de la noche y la soledad.... Fue olvidada, fue atacada. Un destello anaranjado y un olor a intimidante muerte. Con sangre en la piel pálida, con garras y una máscara rota y perdida con ojos vacíos llenos de sed de sangre. Sólo sintió su piel desgarrarse, abrirse y arrancarse de su cuerpo con rapidez y a la vez lentitud de tortura y sadismo. No era instinto animal, no... era el de algo más, el de un demonio. La sangre brotó y manchó al piel incolora, la sangre se derramó en el suelo y pintó de un bello carmesí la noche, lentamente, horrorosamente hasta convertirse en un crimen deforme y perfecto, el crimen de un monstruo, en un crimen de instintos.
Los ojos de la persona temblaban del terror, lloraban por piedad y sus labios suplicaron entre dolor agudo que parara, sus llamados nunca fueron correspondidos o escuchados. Sólo se dedicó a golpearlo, destrozarlo, asesinarlo cruelmente, como si de una obra de arte se tratara, sin justicia o criterio de por medio, sin emociones de compasión o frenos. Ya no era humano.

Un hollow llamado ichigo se habría convertido en instintos puros.

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