cero dos

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— Espera, ¿qué mierda?

— ¿Qué mierda de qué? Te pagaré, para eso estás aquí, ¿no?—El fornido se quedó en blanco cuando en un abrir y cerrar de ojos ya tenía al zarco tan cerca de su rostro. Dándose cuenta que en realidad se le había puesto encima, abrazándolo por los hombros.

— No me van los chicos, así que quita tu culo de mi verga.

— ¿Por qué? ¿Acaso se te va a parar si me muevo así?—Rió y empezó a frotarse contra él.

Por parte de Fushiguro, terminó por agotarse su paciencia y se lo quitó de encima, ahora siendo el más alto el que se encontraba en la cama, siendo casi aplastado por el primer mencionado.

— No vas a querer que te deje el culo destrozado pero a patadas, ¿verdad? Entiende, tu culo, tu verga o de cualquiera, no me van.

Dicho eso se quitó de encima y caminó hacia la puerta del cuarto, logrando apenas abrir esta pues, el otro chico dijo cierta cosa que llamó su atención.

— ¿Qué dijiste?

— Eso, ¿acaso no quieres saber de tu hijo, Toji?

Toji se quedó callado y mirando al suelo mientras cerraba lentamente la puerta pues comenzó a recordar lo que había pasado aquella noche.

La familia Fushiguro se encontraba disfrutando de una noche antes de navidad, en casa y jugando algunos juegos de mesa con su pequeño hijo, Megumi, que apenas tenía dos años... O bueno, ese era el sueño del de ojos verdes pues la mujer que más amaba siempre actuaba como si él fuese lo que más odiaba y todo por la familia de donde venía.

— ¿Sabes por qué empecé a salir contigo? Por el dinero de tu familia... Me abrí de piernas para ti y me dejé preñar porque pensé que por fin tendría todo lo que quisiera pero eres un idiota. ¡¿Por qué mierda los retaste?!

— ¡No era feliz ahí! ¡Ahora cállate!—El pequeño Megumi se asustó y lloró, a lo que el adolescente y dolido lo tomó en sus brazos, cantándole una canción y dedicándole una amplia sonrisa. En ocasiones sentía que ese niño era todo lo que tenía y podría lograr una familia sana sólo con él pero según él, amaba a esa horrible mujer, no podía dejarla.

O eso creía.

Por fin había conseguido dormir al menor, acostándolo en su pequeña cama de la habitación propia que tenía, hecho eso, lo cubrió con las mantas y salió de ahí para volver a su tortura diaria, el escuchar los insultos o incluso recibir agresiones físicas. Lo vivía diario, las heridas en el cuerpo se cierran o desaparecen pero nunca saldrán de su cabeza y en el pecho le dolía, dolía.

— Al fin lo callaste, bueno, sí eres servible para algo que no sea follar. —La mujer dejó su cigarro en el cenicero, se levantó y fue a la cocina, le faltaba lavar unos trastes. — Anda, no seas un imbécil y ayúdame con algo.

El lavabo de la cocina era bastante extenso así que los dos podían estar sin estorbarse o estar incómodos, el Zenin tomó los cubiertos como cucharas, tenedores y un cuchillo para lavarlos, cuando otra vez se quedó inmóvil y sumiso escuchando la mierda que su mujer soltaba.

— ¿Cuándo vas a conseguir un trabajo que nos de para comer más que estas miserias? Como si no tuviéramos otra puñetera boca que alimentar. —Suspiró, fastidiada de que su esposo no le daba una respuesta. —¿Tendré que dejar que mi superior en el trabajo me rompa el culo de nuevo? ¿Eso es lo que quieres?

— Espera, ¿qué?

— ¿Eres sordo? Cedí a que mi jefe y otros cabrones me dieran por el culo por unos billetes más.

toji's women : tojisatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora