Uno

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Cuando el ciclo de la vida empieza a formarse al igual que un bebe en el vientre de su madre, todos sabemos que de ahí saldrán cosas que heredaremos tanto de nuestra madre como de nuestro padre. De mi padre yo heredé algo de lo que me di cuenta con el paso de los años y es que mi terquedad y mi decisión por hacer las cosas bien, sin que hayan fallos para así no tener consecuencias negativas más tarde. De mi madre en cambio heredé algo poco común y es que mis ojos, a diferencia de los de otras personas, son de un color diferente cada uno, teniendo el derecho completamente negro y el izquierdo de un color rojizo en el iris que trato de ocultar siempre llevando una lentilla del mismo color que el ojo que por mi mismo catalogo como normal.

Pienso en ello en este momento viendo frente a mi, tras la enorme cristalera, a la pequeña hija de mi primo y su esposa, quien acaba de nacer hará tan solo unos minutos, siendo una niña normal, sin taras, defectos ni secretos que deba mantener alejados del resto del mundo así como me sucede a mi desde que era tan solo un niño, siendo con el paso de los años peligroso, aumentando eso desde que..

— ¿Vas a entrar a ver a mi hija?

— Hay mucha gente en esa habitación y es tarde —muestro mi respeto inclinándome ante mi primo —volveré mañana para conocer a tu pequeña, ahora tu esposa debe descansar.

— Tienes razón —agradezco que me entienda —procura descansar, estaré esperándote mañana cuando quieras venir. No olvides llamar a tus padres para saber que llegas bien a casa.

No pienso en sus palabras porque mis padres son con quienes hablaba a diario, marchándome en este instante del hospital, sintiéndome algo más tranquilo, menos presionado al cruzar estas puertas traseras que me conducen al parking del hospital donde la noche me recibe, el calor no tan intenso también y mi moto que prontamente ruge cuando giro la llave en el contacto, pudiendo llegar a casa con tanta rapidez que agradezco el viento leve pero firme que impacta contra mi cara.

Conduciendo como me encuentro, apretando mis manos, asegurando mi cuerpo para sobretodo no perder el equilibrio, continuo este trayecto sin importarme que sea de noche, el frio que me acompaña, que me envuelve, las horas que puedan ser o quien me vea o escuche incluso, continuando de igual forma por la ciudad hasta alcanzar a detenerme por un semáforo en rojo. Mis nudillos por la presión ejercida están tan blancos como los nervios se mantienen intactos en mi desde que recibí esa llamada para acudir al hospital, quedando horas para ese nacimiento, estando allí tan incómodo con inquieto, más por los sucesos a mi alrededor. Agradecido estaba de no notarlo nadie, de no percatarse de mi incomodidad en el lugar, más cuando ese hombre llegó con una herida inmensa en su abdomen, cargando con un chico inconsciente.

Ayudé en ese momento a pesar de como me pude sentir hasta que sanitarios se hicieron cargo, llevándoselos a ambos a un lugar seguro donde ser atendidos. Esa pequeña niña que nació horas más tarde de ese suceso se ha mantenido a salvo de todo por suerte y el temor de conocerla el día de mañana, relativamente en unas horas más que deben pasar, está tan presente en mi como un ensordecedor ruido a mi alrededor, el rugir de un motor a mi lado.

Mi atención se desvía rápidamente de los pensamientos al vehículo negro estacionado a mi lado, tan limpio como antiguo parece, ruidoso al mismo tiempo, siendo el conductor del mismo quien no tiene medida alguna a la hora de molestar a altas horas de la noche que el sonido de mi propia moto no será nada en comparación, menos aún en este instante en el que me centro en mirar al frente, acelerando, escuchando no mucho después ese motor a mi espalda.

Acelerar para huir no es una opción puesto que mi medio de transporte no es demasiado rápido ni tiene la capacidad de serlo, siendo que tan solo puedo aumentar la velocidad hasta un límite, siendo así como voy en este momento, agradeciendo que ningún vehículo más se interpone en mi camino, pudiendo girar sin problema, cogiendo este atajo que me da una mínima ventaja para escapar del campo de visión de quien quiera ser esa persona, de ser atrapado por alguien más antes de llegar a la casa de mis padres.

El motor de mi moto deja de ser escuchado en cuanto giro la llave, manteniéndome quieto, conteniendo mi aliento como buenamente puedo, no siendo para mi un problema el contener mi respiración, menos aún al ver a ese oscuro y ruidoso coche pasar de largo, desapareciendo tan pronto en todos los sentimos de mi campo de visión y de poder escucharlo que me tomo dos minutos de cortesía antes de salir de mi escondite, continuar el camino que por suerte no es demasiado largo y me permite llegar a la seguridad de este lugar, de esta casa, escondiendo lo mejor posible la moto, cruzando ya esta puerta.

No es más que el frio el que me acompaña en este momento cuando cruzo la puerta, notando algo diferente con cada paso que doy, sintiendo nuevamente la presión en mi pecho, la ansiedad del momento en que vi la realidad golpeándome, el querer ver a mi familia y encontrarme con algo tan macabro como dos cuerpos sin vida, uno de ellos descansando sobre un charco de sangre, cubierta su piel de esas tan conocidas marcas violáceas que poco a poco han oscurecido hasta ser negras, señales que la muerte violenta deja.

Agachándome, quedando de cuclillas, me atrevo a rozar los parpados de mi madre, cerrando sus ojos que se mantenían fijos en mi, tan vivos como los vi hace tan solo dos días, tan sin vida cuando me miraban que me atraviesa como dagas a cada parte de mi corazón que el odio crece en mi hacia el monstruo que lo ha causado, viendo su cuerpo sin vida tirado en el suelo, lejos de mi padre y mi madre por no merecerse compartir ni el mismo espacio después de lo causado.

Poniéndome en pie, cogiendo el encendedor y la botella de alcohol que sobre la encimera dejé, agarro el cadáver del asesino por los tobillos, arrastrándolo sin importarme que daños pueda obtener puesto que el mayor de todos ellos lo ha causado él arrebatándome a las dos personas que más amaba en esta vida.

El jardín, la oscuridad, son mis aliados mientras dejo el cuerpo sin vida en el suelo, llenando este de tanto alcohol que la última gota pasa por mi garganta, escapando a poder ser la ayuda del fuego que ahora se lleva cada parte de su ser, haciéndolo desaparecer tan rápido que pronto no será más que ceniza.

Ardiendo le dejo, volviendo a la casa donde con todo el dolor del mundo me limito a coger a mi madre, a mi padre después de enterrar a mi madre bajo el limonero que plantó para mi padre cuando yo apenas contaba con catorce años, dejando que mi padre descanse a su lado, bajo la fresca tierra que un día estará cubierta de verde, no dejando evidencia de sus cuerpos descansando para siempre, juntos como vivían, con su amor infinito manteniéndose tan vivo como las llamas que ahora observo, llevándose lo poco que queda del asesino que consumido en cenizas queda cuando apago el fuego, viéndolo perfectamente, también como las cenizas son llevadas por el viento que aunque no intenso si es lo suficientemente fuerte para no dejar ni rastro.

Mis palabras al viento, por mis padres, son las que quedan intactas, siendo escuchadas al igual que el motor en la cercanía, voces vivas que llegan a mi al otro lado, prestando una atención que no deseo por varios segundos, adentrándome en la vivienda que por última vez frecuentaré, observando todos los rincones, guardándome los recuerdos que me acompañarán en mi eternidad, dejándolos atrás al cerrar la puerta, despidiéndome del amor de unos padres que jóvenes se han ido, entregándome la fuerza suficiente para tomar en su debido momento la venganza por sus muertes prematuras, forzadas a ser así.

— Nada ni nadie me detendrá llegado el momento —aseguro —la venganza queda en mis manos y quien haya causado esto lo pagará como el castigo que recibió ese ser hecho cenizas.

La anticipación del amor fantasmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora