Capítulo uno: El héroe y las bromas

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Harry Potter no entendía por qué estaba viendo a Draco Malfoy, un lunes por la mañana. No lo odiaba, pero por lejos quería estar con él en una sala tan temprano y sin aviso.

Iniciaba mal este año.

El hombre rubio se notaba igual de desconcertado. Con la mirada brillante y plateada, fija en algún punto de la habitación, casi se quiso reír de la cara de estreñido que traía. Estúpido hurón.

Harry desvió su mirada del chico de ojos pálidos y miró al pobre hombre que sudaba debido al creciente malestar del salvador del mundo mágico.

—Señor Potter —saludó, y Harry tuvo un feo presentimiento al escuchar su voz indecisa—. Ya que el señor Malfoy fue puesto en libertad gracias a su testimonio, es conveniente que usted vigile su situación ahora que ha ascendido a jefe de la oficina de aurores.

—¿Qué? —preguntó ligeramente enojado ante tal sorpresa.

El hombre se llevó un pañuelo a la frente y se secó el sudor; parecía que realmente quería estar en otro momento y lugar.

—Yo... —titubeó al hablar, lo que hizo suspirar al jefe con su actitud. El hombre se aclaró la garganta—. Debo ir a buscar los documentos. Regresaré enseguida.

Estaba seguro de que ese hombre no volvería, porque los papeles que mencionaba estaban en sus manos. Se marchó más rápido de lo que le gustaría a Harry, que quería una larga explicación. Odiaba esa actitud cobarde y asustadiza que tenían todos frente a él.

Ya no lograba saber si era respeto lo que sentían o miedo.

Al quedar solo con el chico rubio, la incomodidad se volvió aún peor. Dando un suspiro, el hombre pelinegro toqueteó sus lentes nerviosamente.

—Bueno, Malfoy, ya que estás aquí, ¿por qué no me explicas qué sucede?

Un suave suspiro salió de los labios rosas del mortífago y acomodó su cabello detrás de su oreja. Harry siguió el movimiento por inercia. Los largos mechones rubios casi blancos se acomodaron delicadamente.

Ese hombre seguramente se gastaba una fortuna en productos para el cabello, estúpido hurón de cabellera sedosa.

—Sucede, Potter, que estoy obligado a rendir cuentas al ministerio y ahora a ti —explicó con un tono aburrido.

Que no hubiera veneno en su voz le sorprendió a Harry, que ya se preparaba para una lucha verbal. Su explicación fue bastante breve. Después de la guerra, el ministerio ordenó que cada mes visitara al encargado de su caso y diera su firma mágica para probar que había acatado la orden de no salir del país.

Potter, dando un largo suspiro, decidió que no empezaba de la mejor manera en su nuevo cargo. No si eso significaba tener a Malfoy en su oficina.

Esa noche llegó a casa y, besando la suave cabecita de su hijo, decidió tratar de pasar más momentos junto a su familia. Ginny discutía mucho con él por el poco tiempo que dedicaba a James y a ella.

Ese día antes de dormir, su último pensamiento fue en lo diferente que estaba el hombre rubio, no solo en su aspecto, que se notaba más sano que la última vez que lo vio, sino en su actitud.

A Lucius le hubiese dado un infarto al descubrir cómo su hijo le daba las gracias al marcharse de su oficina. Pero Harry lo comprendía; todos habían cambiado.

Draco Malfoy no era la excepción.

Incluso los enemigos ahora se tratan con cordialidad, pensó antes de caer rendido.

Seducción indirectaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora