Capítulo diez: El mortífago y sus travesuras

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Ginny comenzó el día escuchando maldiciones, ir y venir de su marido. Llevaba días con un pésimo humor; ella pensaba que se debía a su repentina experiencia.

Harry no había logrado mantener una erección. Lo intentaron todo, pero nada funcionó. Fue humillante y se sintió avergonzada de no lograr que su esposo se excitara a su lado.

Él le dirigió una mirada avergonzada y se marchó rápidamente. Ella pudo apreciar su espalda desaparecer sin poder hacer nada para detenerlo.

Se sentía nerviosa y asustada; solo suponer que ya no le atraía, era bastante angustiante. Luego opinó que eso no era posible. En los meses anteriores se lo había demostrado.

Tenía que intentar algo. Simplemente, no entendía cómo fue que el deseo sexual de su esposo se evaporó tan rápidamente, tal vez demasiada presión en el trabajo.

Lo que Harry necesitaba era despejar su mente.

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El león dio un suspiro cansado cuando llegó al trabajo. Todo estaba mal, y desde que comenzó a comparar el cuerpo de su esposa con el de Draco, se vio incapaz de tocarla.

Pensó que pasaría, que no volvería a ocurrir, pero recordaba perfectamente cómo la imagen de Malfoy se confundía con la de Ginny cada vez que trataba de acercarse.

El color del cabello, sus aromas, la suavidad de la piel, la forma en que sus bocas lo llamaban, cada pequeña diferencia era tan visible que la erección se desvanecía.

Le daba tanta vergüenza y culpa. Se acomodó los lentes; estaba muy angustiado. No podía mirar a Ginny al rostro, sabiendo que cuando se le acercaba, deseaba a otro.

Y Malfoy no ayudaba. Cada noche, antes de dormir, mandaba una de sus famosas fotos. Algunas de ellas eran tiernas, casi siempre con Scorpius, otras, sin embargo, eran todo lo contrario: su cuello, sus delgados hombros, las curvas de sus pechos, su ombligo, las perfectas líneas de su pelvis.

Lo peor era mirar su cuerpo y no poder tocarlo, en especial sus largas piernas.

Esa serpiente tenía unas excelentes piernas y se las mostraba cada vez que podía, pero lo curioso era esa boca. Como había odiado esa parte de Draco en su juventud, ahora deseaba tanto poder besarla, chupar sus labios y dedicarles horas de atención.

No ayudaba el hecho de tener grabada la imagen de Malfoy en la retina de sus ojos. Le gustaba ese bastardo, tanto que lo odiaba por hacerle esto.

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Draco despertó esa mañana con un fuerte e inesperado deseo de conversar con Potter. No era algo extraño. Se había acostumbrado a la presencia del salvador del mundo mágico.

Miró a su hijo que aún dormía y decidió llamar a Harry. Después de todo, sabía que al pelinegro le encantaba su voz y que le llamara para darle los buenos días, especialmente cuando no venía a la mansión.

—Sé que la mañana mejora al escucharme —dijo, apenas respondieron—. No me agradezcas.

Se acomodó en las almohadas, con el celular en el oído, se relajó y saboreó mentalmente la voz masculina de Potter.

—«Malfoy, siento ser el que te dé la mala noticia, pero tu voz es comparable al llanto de una mandrágora, lo único bueno que tienes, es cuando te quedas en silencio».

Seducción indirectaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora