CAPÍTULO Ⅲ
-ella-
Desde que era muy pequeña ella siempre soñaba con encontrar el amor algún día. Sus padres eran casados, pero discutían por todo. Siempre se imaginó encontrar a un chico apuesto, pero más importante era que la supiera valorar y darle el respeto que solo ella merece después de recibir el amor profundo de su padre, que no era perfecto ni mucho menos pedía serlo, pero así, lleno de defectos y con ese horrible carácter se derretía cuando su pequeña lo miraba fijamente a los ojos. Y ni mencionar el amor de su hermano, ese amor que solo ellos saben, la mezcla entre que te odio, pero no puedo vivir sin ti.
El tiempo no perdona a nadie y en su andar se tropezó con unos cuantos sapos que ni el intento de hacerse pasar por príncipes tenían, que lo único que le hicieron fue daño, desaparecer su hermosa sonrisa y arrebatarle el sueño de encontrar el amor verdadero.
Después de tantas lágrimas, tantos problemas, tanto dolor y tantos "tantos", creció y comenzó a ver la vida con otros ojos.
A ella ya no le importaba encontrar ese amor, sino que disfrutaba el momento que la vida le regalaba con cada persona que conocía porque sabía que, tarde o temprano, se marcharían. Entendió que a pesar de querer cambiarlos de vez en cuando no existen mejores padres que los suyos. Superó cada persona que desapareció de su vida de un día para otro, superó cada derrota y aprendió a levantarse del suelo cada vez que caía, o la empujaban hacía éste.
Pasaron los años, pero aun así, ella nunca dejó de ser esa niña sonriente, tímida, sencilla, romántica, humilde, con aquel don de saber escuchar y amar ayudar a otros, seguía desgastándose por hacer lo que le apasionaba; simplemente nacida en este siglo, pero con la mente, corazón y alma del anterior. Ella sufrió, sí lo hizo y mucho, pero todas esas lágrimas la hicieron más fuerte.
Ella, nunca había sido tan feliz hasta que lo encontró a él.
