CINCO

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La última hora antes de salir de la universidad Park Jimin tenía entrenamiento de fútbol; estaba entre los los mejores, no por nada era uno de los alumnos becados de la universidad gracias al deporte. Le gustaba jugar y ser competitivo, correr lo hacía olvidar, y olvidar lo hacía sentir libre, amaba ir detrás del balón porque por unos minutos eso se convertía en su única preocupación.

Era un chico apuesto, el típico rubio presumido por el que las chicas babeaban, todo cuerpo tonificado y sonrisa encantadora, la viva imagen de su padre. Su atractivo cautivaba, y la habilidad de socializar tenía al salón y a los profesores a sus pies; Jimin sabía más que nadie cuan perfecto, y esa perfección entraba en la normalidad, era para el resto: familia adinerada, él un rubio atractivo y deportista con amigos igual de presumidos que sobraban, y unas calificaciones que, aunque no excelentes, se mantenían sobre la norma. Chicas era lo que más tenía, un chico mujeriego como él las llevaba mano de la mano a cualquier hora, las subía sobre su regazo cuando veía desde las gradas de la universidad un partido, y las besaba en el comedor de la universidad o incluso en clases. Jimin estudiaba economía, precisamente administración de empresas, por elección de su padre, porque en realidad él amaba las artes y ese era uno de sus secretos.

Amaba escribir, solía sentarse largas horas delante de su escritorio a inventar historias para escribirlas con pluma en un cuaderno, tenía uno repleto de relatos salidos de su imaginación, o incluso de sus sueños. Se empeñaba releyéndolos hasta alcanzar la perfección, lo que le daba satisfacción al final era releer sus palabras y sentirlas reales. Perderse en los párrafos, gozar con cada frase, sentirlas escarbando dentro de su piel como si fuera una realidad lo excitaba.

La vida de Jimin a primera vista era una de ensueño, pero la realidad era otra. El chico no estaba bien, y aunque lo supiera era feliz con ello, amaba ser como era, su realidad lo complacía de tal manera que sonreír no podía evitar cuando la analizaba a fondo. Era un enfermo y le gustaba serlo, no había nada más que pudiera darle una satisfacción igual.

Jimin desde siempre tenía extraños sueños entre él y un desconocido que siempre era el mismo: un hombre esbelto, vestido con un elegante traje negro, y un rostro vacío sin boca, sin ojos, y sin nariz. Lo soñaba haciéndole daño, hirviéndolo vivo en una grande olla, tragando sus intestinos con desesperación, golpeándolo hasta dejarlo desangrado, jodiéndolo y hundiendo objetos en él sin parar, o haciéndole el amor a su cadáver luego de torturarlo. Era una cantidad inimaginable las acciones horrorosas que ese desconocido llevaba cometiendo contra él desde hace tiempo, Jimin juraría que desde niño porque no recordaba un día sin soñarlo.

Jimin tampoco odiaba al desconocido, más bien lo amaba con cada fibra de su cuerpo, porque Jimin amaba ser tratado con desprecio, para el rubio un trato denigrante y sádico era darlo todo y entregarse totalmente al amante, entonces veía en ese hombre sin rostro un amor infinito. Un verdugo sin expresiones era quien Jimin llevaba buscando desde hace tiempo, pero al que no encontraba todavía.

¿De qué iban los relatos del chico? Eran esos mismos sueños perfeccionados con lujos y detalles para luego, en la oscuridad de una habitación elegante, leerlos y utilizarlos como lectura erótica. Jimin se masturbaba todas las noches con sus propios relatos, tocar su hombría mientras leía la peor forma en la que podía morir era su mayor adicción.

El chico también dibujaba, no era muy bueno, pero sus bocetos hechos con lápiz carbón podían resultar espeluznantes para muchos, pero para él era solo arte erótica. Incluso ese dibujo favorito suyo en el que se retrataba con mordeduras humanas en el rostro, sin trozos de carne y sangre escondiendo por sus facciones, para él era excitante, únicamente porque era él quien sufría en el cuadro.

La perfección que muchos creían que era su vida tenía fin cuando cruzabas la puerta de su casa, o mansión para muchos. Los golpes que su padre le proporcionaba diariamente a su madre seguían presentes, día tras días el la golpeaba con furia luego de una discusión, o incluso sin ningún motivo en particular, él la agredía y ella se lo permitía con una sonrisa en el rostro. "Es amor, él me ama, Jimin. Me está demostrando cuánto me ama." ahí estaban las palabras que el chico venía escuchando desde niño, y aunque ahora supiera que eso no era amor, él no era quién para juzgar o cambiar la distorsión que tenía su madre, pues él era igual que ella. Él y ella eran como dos gotas de agua, la única diferencia era que Jimin todavía buscaba a un hombre como su padre, he ahí lo que envidiaba de su madre. Sorprendente, pensaba siempre, tan parecidos y tan diferentes, su madre no deseaba ser tratada así, solo lo soportaba, él todo lo contrario.

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