UNO

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Jeon Jungkook.

Fuera de la grande casa de campo, donde el sol hacía relucir el pequeño estanque y el huerto de verduras, un pequeño chiquillo de seis años corría detrás de una pelota para alcanzarla, reía cuando caía y su corazón se rebosaba de alegría al estar allí, al aire libre sin nadie que lo molestara. Amaba su vida, amaba su casa de ladrillos, amaba su familia trabajadora y, sobretodo, amaba saber que ese era y sería su hogar.

Jeon Jungkook, ese era su nombre, un chiquitín de pálida piel no obstante estuviera la mayoría del tiempo expuesto al sol, de una resplandeciente melena negra y de una sonrisa brillante e infantil. Con una expresión alegre en su rostro pasaba la mayoría del tiempo, corría tras una de las tantas pelotas plásticas que tenía y, sonriente, jugaba con ella y de vez en cuando la lanzaba entre los animales pertenecientes a su familia. Y es que no eran para nada aventajados económicamente, por lo contrario, eran personas de campo humildes y con el dinero suficiente para vivir una cómoda vida pero no una de lujos; eran felices así.

Habían veces en donde la familia solía acompañar la cena con un buen vino casero y el pequeño con un jugo hecho con las jugosas naranjas del huerto, otras, en cambio, metían los alimentos en cajitas de leña y las llevaban a las colinas para cenar ahí, mirando el atardecer. Nadie de los familiares se quejaban, con el tiempo se habían acostumbrado, sobretodo cuando la mujer y madre del pequeño decidió compartir y entrar en matrimonio con aquél hombre de pocos recursos que era el padre de Jungkook.

Guapa, cabello largo ébano y unos ojos felinos que hechizaron a muchos hombres y que habían sido cautivados por un hombre de su misma edad, tan apuesto como ella que, sin embargo, para desgracia o ventaja, era un pobre campesino del pueblo donde ahora vivían. Él se convirtió en su felicidad. Ella no digamos que había sido una millonaria empedernida, pero seguramente tenía sus lujos y buenos momentos de desgaste monetario. Todo eso, ahora, ya no existía, y a ella no le importaba, porque aseguraba que volvería a casarse con aquel hombre una y otra vez, sin importar que unas cien veces más sus padres la quitaran de la herencia familiar. Así estaban las cosas, la familia era humilde por decisión de la madre y amor de sus padres. Jungkook claramente no sabía esto último, además que no había tampoco la necesidad de hablarme sobre temas tan absurdos a un niño pequeño.

La madre del niño aún seguía en contacto con sus padres, únicamente hablaba con ellos para fechas importantes o mediados festivos. La mayoría de veces era para el cumpleaños del pálido chiquillo, ellos llamaban a darle sus felices cumpleaños y luego le regalaba una cantidad de dinero que la mujer usaría para caprichos de su pequeño, absteniéndose a tomar un solo centavo de la suma. Luego estaban los familiares más cercanos, una en particular, una persona en la que nos centraremos por cuestiones precisas y por motivos que llevarían al pequeño a una mente aparentemente estable.

Entre los mayores que raramente lo habían visitado para su cumpleaños estaba ella, la hermana de su madre, su tía. Una mujer de unos doscientos kilos de peso, un demacrado rostro y una áurea que al pequeño Jungkook le atemorizaba. "La mujer gigante" le decía, y gracias a ello se ganaba un fuerte regaño de parte de su madre y una palmadita graciosa en la espalda de parte de su padre.

La mujer no era mala con el pelinegro, en absoluto, era realmente carismática y siempre llevaba consigo una espléndida sonrisa de dientes algo amarillentos, y un olor sudoroso. Pero aún con un carácter bondadoso, para Jungkook era como ver a su pesadilla en persona, acechándolo desde que entraba en su humilde morada para, finalmente, devorarlo. Hubo una vez en donde la mujer, durante el almuerzo donde sólo de encontraban ellos dos, le había dicho de broma una frase que hizo que su paliducha piel se descabellara por completa: "Te comeré entero". Eso bastó para que el niño dejara toda su comida en la mesa y echara a correr al estable de caballos de su padre y se quedara allí hasta que fuera nuevamente encontrado; exactamente seis horas después, con su rostro húmedo por las lágrimas y su cuerpo temblando por el frió y el miedo.

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