Capítulo 2.

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─ ¿No estás cansado de verla dormir todas las noches? ─inquiere Arcane, la mortal de cabellos bicolor, una mezcla natural de morado y azul, por las noches parecía tener estrellas resplandecientes en un extremo del rostro, refulgía aun en las tinieblas de cada noche sin luna, alta sin sobrepasarme y la hermana menor de la Guardiana de las Almas, su único trabajo, continuar con vida como todos los mortales, su mechón morado representando al linaje de Seven: morado y brillante, más que el resto de su cabello.

─Es mi trabajo ─respondo a secas, colocándome en pie, salgo de la habitación y camino hacia la puerta sin necesidad de abrirla pues la atravieso, la espada enfundada en una cubierta de cuero negro y empuñadura roja, la acomodo en el tahalí a mi espalda el cual tiene un aza que se lía desde mi hombro, pecho y acaba en el costado.

─Leonard, es tu trabajo cuidarla, no acosarla.

─ ¿Crees que la acoso? ¿no eres tú quien me acosa a mí? ─bromeo con una sonrisa ladina la cual la hastía con notable evidencia, hoy era uno de esos días que Arcane no parecía soportar estar demasiado cerca de mí.

─De no ser por mí estarías solo por la eternidad ─replica con acritud, estoy a punto de objetar en su contra, sin embargo, abro y cierro los labios como un pez fuera del agua, aspiro, luego le sonrío con amabilidad, pues en el fondo tiene razón.

─Imposible de hacerla sonreír ─digo en cambio.

─Debo irme ─es lo último que dice a medida que caminamos por las solitarias calles de la ciudad de Bormelia, las casas vecinas a la de Alessia continúan expandiéndose hasta haber recorrido una cuadra, Arcane ha desaparecido como la espuma sin decir nada más, sabía, muy a mi pesar, que llevaba acompañándome durante al menos diez décadas sin contar el tiempo restante que no estuvo junto a mí. Los descendientes de guardianes solían cumplir un año cada cinco inviernos, su edad rondaba los veinte años en edad humana, quizá menos. Todavía podía ver centellantes restos del polvo que destilaba la chica cada noche al desaparecer, como sal morada sobre un mantel negro solo que titilante.

Poso una mano sobre mi cuello y doy leves masajes, acostumbraba a dejar a Kassandra King durante algunas horas por la noche y regresar a casa, cambiarme y alimentarme puesto que mi capacidad como guardián estaba cuidadosamente limitaba si decidía descuidarme, someterme a la inanición sería una completa estupidez por mi parte teniendo en cuenta que no la tenía fácil. Escucho a mi espalda el crujir de pisadas, veo de soslayo sobre mi hombro, una sonrisa involuntaria se pinta en la comisura derecha de mi boca ─Ya te vi ─el duende blanco se detiene a mi espalda, va vestido con una túnica verde, las orejas largas, la cara roja, retrocede un paso y a gran velocidad toma las estacas de bronce, relucen, casi puedo vislumbrar un destello sobre la punta afilada ─Uh, sí que las afilastes ─me giro, entrelazo mis brazos sobre el pecho con la barbilla en alto, le veo sardónico ─ ¿Por qué Chrysaor debe enviar a una fémina en cada oportunidad para atacarme?

─No subestimes a las hembras ─me responde con ese tono profundo característico en el tono de voz en los duendes blancos.

─No pelaré contigo. Dile a tu amo que el problema yace con mi padre, no me concierne ─me giro dándole la espalda, estoy a punto de dar un paso cuando por mero acto reflejo me muevo a la izquierda con tanta velocidad para esquivar el zarpazo proveniente del puñal de bronce que podría matar a cualquier guardián, o herir a un semidios, el mechón zafizul sale del lugar de mi cabello negro, lo aparto con violencia y desenvaino la espada, percibo las vibras de mi propio poder encarcelado en el hierro del arma subiéndome por todo el cuerpo, empuño con fuerza, me preparo para el siguiente ataque. Ayka corre hacia mí en una especie de saltos, a centímetros se impulsa  gira en el aire, me libro de un golpe dirigido al pecho, seguido de un cuchillazo el cual arranca uno de los botones de mi camisa negra ─Cambié de opinión.

La Última Misión del Guardián.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora