Corría el año 1839, cuando una fría tarde de invierno la señorita Emma llegó a este mundo. Cualquier cronista de su época creería que su historia no merece ser contada, al fin y al cabo, ¿por qué la historia de una mujer iba a merecerlo? Sin embargo, este cronista sí considera menester narrarla, y no porque tuviera una vida fascinante y repleta de sorpresas, que la tuvo, sino porque la existencia de ningún ser humano merece caer en el olvido.
Como les iba diciendo, la señorita nació en el seno de una familia aristocrática. Su padre, el barón de Clinton, un hombre con grandes ambiciones, no celebró el nacimiento de su segundo vástago, puesto que el hecho de que este fuera mujer supuso para él una gran decepción. Y no se equivoquen, el señor no era un mal hombre, o no del todo, pero con la frágil salud que presentaba su primogénito él debía asegurarse de que un sucesor digno tomara su lugar ante las responsabilidades que su título conllevaba. Por esa razón, cuando la nueva integrante de la familia iba a cumplir un año de vida, su madre ya lucía un abultado vientre imposible de ocultar. Para desgracia de todos, ni la señora ni el niño que se gestaba en su interior fueron capaces de superar el controvertido parto. Todas las propiedades Clinton mostraron el luto pertinente por la muerte de la baronesa y para el ya poco alegre Barón de Clinton, el señor , el mundo se redujo a una constante búsqueda de la perfección y el prestigio.
En este entorno tan lúgubre y desolador daba comienzo la existencia de la señorita Emma. Por suerte para ella, su hermano mayor el señorito Thomas no falleció de ninguna de las enfermedades que los médicos habían diagnosticado, sino que llegó a la edad adulta tan fuerte y saludable como cualquiera pudiera desear. Este hecho logró que la vida de nuestra querida Emma tuviera un poco de brillo, puesto que a pesar de las restricciones y reglas que el barón se afanaba en imponer, Thomas siempre lograba alegrar la existencia de su pequeña hermana, proporcionándole lo único que todo niño necesita para ser feliz. Un amor puro, desinteresado e incondicional.

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LAS RESPONSABILIDADES DE UNA DAMA
Fiction HistoriqueCorría el año 1839, cuando una fría tarde de invierno la señorita Emma Fitzwarin llegó a este mundo. Cualquier cronista de su época consideraría que su historia no merece ser contada, al fin y al cabo, ¿por qué la historia de una mujer iba a merecer...