XVIII

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Los siguientes meses fueron largos y duros para el matrimonio La casa absorbía todos su tiempo y sus fuerzas. Para ambos el día comenzaba con la salida del sol y terminaba con su retirada. Debido a la convalecencia de Daniel, las primeras semanas Emma tuvo que aprender a desempeñar tareas que jamás habría siquiera imaginado, mientras que Daniel tuvo que aceptar que pedir ayuda no era algo malo.

Los negocios de Daniel todavía no daban beneficios y aunque Emma era la única que legalmente podía acceder a las cuentas de su difunto hermano, las influencias de su padre lograron que estas continuaran bloqueadas. Por lo que, ambos tuvieron que continuar viviendo muy humildemente.

Aquella tarde de domingo habían decidido que descansarían de sus obligaciones diarias, el frío del invierno ya se había ido, y esa tarde prometía ser de lo más agradable. Sin embargo, uno de los caballos estaba muy inquieto y Emma decidió cabalgar un rato para que el animal se desfogara.

-Fitz ...- Dijo Daniel casi en un susurro mientras contemplaba a Emma alejarse de la casa. – Gracias. Si no fuera por ti jamás habría comenzado esta maravillosa vida con Emma. – Pronunciar esas palabras en voz alta llenó el corazón de Daniel de tristeza. Todavía no había sido capaz de contarle a su esposa los acontecimientos que habían llevado a Thomas a la muerte, y él continuaba sintiéndose responsable por ello. Por esa razón, a pesar de saber que su nueva vida era mucho mejor de lo que habría podido imaginar, no se permitía sentir toda aquella dicha, cuando al que consideraba su hermano no estaba en este mundo por su culpa.

Emma volvió la vista atrás, la casa estaba lo suficientemente lejos como para que Daniel no la viera. A pesar de saber a ciencia cierta que su esposo jamás la regañaría o juzgaría por su actuar, la señora Swan no podía dejar de pensar que tenía que comportarse como una dama, por lo menos debía hacerlo en presencia de los demás. Por esa razón, una vez se alejó de la casa detuvo al caballo, cambio su posición de amazona delicada a montar a horcajadas y deshizo su trenza. A penas unas semanas atrás había descubierto que cabalgar como los hombres y dejar su melena al viento mientras lo hacía era la sensación más liberadora y maravillosa del mundo. Mientras ella disfrutaba de su recién experimentada libertad, una muy inesperada visita era recibida por el joven señor Swan.

-Buenas tardes...- Daniel había salido a la entrada de la casa al divisar un coche acercándose por el camino. - ¿Puedo ayudarle en algo? – Un hombre moreno, corpulento y muy bien vestido había descendido del coche, pero para sorpresa del señor Swan lo único que había hecho en los siguientes minutos había sido contemplarlo a él.

-Es innegable... eres su viva imagen. -Pronunció el desconocido casi en un susurro.

-Disculpe, ¿se encuentra usted bien? – Daniel se sentía demasiado incómodo siendo escrutado de aquella manera y en su propio hogar.

-No perdóneme usted. – Dijo el hombre volviendo en sí. – Soy el señor Lluch... tu hermano.

Ahora era el señor Swan el que se había quedado sin nada que decir. Daniel Swan había sido criado por su padrino hasta que tuvo edad para ingresar en un internado, nunca había conocido a sus padres. La única vez que preguntó por ellos el señor Wiseman le contó que su madre había fallecido al dar a luz y que su padre no podía hacerse cargo de él. Y aunque pueda sonar algo insensible, aquella había sido respuesta suficiente para el joven Daniel. Desde ese momento había aceptó que toda su familia se reducía a su tutor, hasta que Thomas Fitzwarin entró a su vida y después Emma.

-Siento haberme presentado así sin avisar. -Se volvió a disculpar el señor Lluch. – Soy consciente de que estas no son las formas correctas, ni el mejor modo de hacer las cosas, pero no sabía de su existencia hasta hace unos días y no he podido ... deseaba conocerlo.

LAS RESPONSABILIDADES DE UNA DAMADonde viven las historias. Descúbrelo ahora