El día siguiente transcurrió tenso para los señores Swan. El siempre alegre y relajado Daniel estaba tenso e irritable y su esposa no sabía muy bien como acercarse a él. Cuando el carruaje enviado por el señor Lluch llegó a la puerta, Emma estaba terminando de arreglarse el cabello mientras que Daniel hacía rato que caminaba de un lado a otro de la entrada como si fuera un animal enjaulado.
La pelirroja se contempló una última vez en el espejo, hacía mucho tiempo que no se arreglaba, y para ser sinceros nunca había tenido que hacerlo sin ayuda. Siempre había contado con las incontables manos expertas de su servicio, pero esta vez las patosas manos de su esposo habían tenido que ser suficiente ayuda. La verdad, ambos se habían reino de los primeros intentos de Daniel por cerrar el corsé correctamente. Por no mencionar que, había intentado ayudarla a hacerse un recogido... aquello sí había sido digno de ver. Finalmente, Emma le había suplicado que le dejara hacerlo a ella, y aunque el resultado no había sido perfecto, la verdad es que estaba más que presentable. Aunque su vestido no estaba perfectamente planchado, se notaba que estaba confeccionado con materiales finos, y las sencillas joyas que llevaba, las únicas que Daniel no le había permitido vender puesto que habían sido un regalo de Thomas, le daban la confianza que necesitaba.
-¿Estás listo? -Pregunto la pelirroja al llegar a la puerta principal de su hogar.
-No lo sé, pero tú estás preciosa. -Dijo al tiempo que depositaba un casto beso en su mejilla.
No era muy común en ellos las muestras de afecto romántico, su trato era más bien cordial, y aunque era cierto que en esos meses los conyugues habían desarrollado un gran cariño mutuo, ambos se sentían responsables por haber interferido en la vida del otro y no eran capaces de llevar su amistad más allá.
El camino hasta casa de los señores Lluch fue largo lo que generó que los nervios del señor Swan fueran en aumento.
-Todo saldrá bien... y si decides que no deseas quedarte podemos irnos cuando quieras – Dijo Emma mientras entrelazaba su mano con la de su esposo para darle ánimos.
Al descender del carruaje ambos se quedaron anonadados al contemplar la enorme mansión que se erigía ante ellos. No era que el joven matrimonio no hubiera nunca ingresado en un lugar como aquel, pero no creyeron que la fortuna del tal señor Lluch fuera tan grande.
-Los Vizcondes los esperan. -Cuando el mayordomo pronunció aquellas palabras Daniel tropezó con la alfombra y estuvo a punto de caer y llevarse tras de si a su esposa.
-¿A dicho Vizconde? -Preguntó a Emma en un susurro.
-Eso ha dicho. -Emma intentó lucir calmada, pero aquella noticia había sido sorprendente también para ella.
-Creo que esto no ha sido buena idea...-Murmuró el señor Swan.
-Y yo creo que ya es tarde para retirarnos. – Respondió Emma.
-Qué alegría que hayan podido venir... -El señor Lluch salió a la puerta del salón para invitarlos a ingresar en él. En el interior había una preciosa y menuda dama. -Les presento a mi esposa, la señora Agnes Bernard. -El asombro al descubrir que el matrimonio no compartía apellido no pasó inadvertido para los vizcondes. – Mi querida esposa se niega a abandonar su apellido y si ese es el precio que debo pagar por mantenerla a mi lado... bendito sea su apellido.
-Es un honor. – Respondió Emma realizando la reverencia pertinente.
-Querida, estos son el señor y la señora Swan. -El señor Lluch se mostraba más que emocionado al presentarlos. Parecía que ese hombre estaba agradecido de haber encontrado a Daniel.
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LAS RESPONSABILIDADES DE UNA DAMA
Ficção HistóricaCorría el año 1839, cuando una fría tarde de invierno la señorita Emma Fitzwarin llegó a este mundo. Cualquier cronista de su época consideraría que su historia no merece ser contada, al fin y al cabo, ¿por qué la historia de una mujer iba a merecer...