II

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Los años fueron pasando y la educación que Emma recibió la hizo convertirse en la perfecta dama inglesa. A sus trece años ella se comportaba como toda una señorita respetable. Al fin y al cabo, desde que su memoria le permitía recordar, siempre le habían dicho que su misión en la vida era casarse con un hombre de la nobleza y ser complaciente con todo lo que él quisiera. Emma se afanaba por ser esa persona puesto que, deseaba que su padre estuviera orgulloso de ella. En contados momentos el barón de Clinton se había dignado a aparecer en algunas de sus lecciones y en las escasas ocasiones en las que había hecho un asentimiento de conformidad, Emma se había sentido la niña más feliz del mundo. En aquellos momentos, el mundo de la joven Fitzwarin se reducía a eso, vivía por y para complacer a su padre.

Desde que su hermano Thomas se había marchado a estudiar, hacía ya cinco años, ella se sentía muy sola. Emma contaba los días que faltaban para que llegara el verano o la navidad, momentos en los que su hermano volvía a casa y la joven podía disfrutar de su compañía. Ese no era un año diferente, Emma ya había sido llevada a su casa de verano y se encontraba ansiosa ante la inminente llegada de su queridísimo Thomas. Claro está que, todo ese nerviosismo no podía mostrarlo en público, porque, aunque su padre se encontrara en Londres y su institutriz se hubiera ido unos días a visitar a su familia, dejando únicamente a su nana, la señora Murry, como su supervisora, Emma sabía que una dama debía serlo siempre. La señorita Fitzwarin nunca alzaba la voz ni hablaba de más, nunca desobedecía las órdenes, siempre caminaba erguida... en fin ya pueden imaginarse. Sin embargo, nuestra damita tenía un pequeño secreto, quizás para otro hubiera sido una nimiedad, pero para ella significaba tanto. Todos los veranos cuando llegaban a la casa ella lograba escaparse hasta un valle situado no muy lejos de la propiedad. Estando allí soñaba con lo que se sentiría al ser libre: poder correr descalza, llevar el pelo suelto y enredado, cantar a pleno pulmón... había tantas cosas que ella no podía hacer. Era una dama y eso estaba por encima de todo. El simple hecho de acudir a ese lugar y atreverse a soñar ya era toda una aventura para la impecable señorita.

En ese preciso lugar se encontraba Emma aquella tarde, mientras su nana hacía una siesta ella había salido a pasear y cómo no, había terminado sentada frente al que había decidido bautizar como 'Su Valle'. Cerró los ojos y dejó que el viento le golpeara en el rostro. Para ella, no había nada mejor que aquello. En esa posición la encontró su hermano.

-Creía que a las señoritas no debía darles el sol... -Dijo en tono burlón mientras descendía de su caballo. Emma abrió los ojos, y no pudo evitar que una amplia sonrisa se dibujara en su rostro al tiempo que con suma elegancia se levantaba del suelo y acudía al encuentro de los brazos de su hermano. - ¡Cuánto te he echado de menos renacuaja!

-Y yo a ti Thomi... ¿Cuándo has llegado? -Preguntó sin deshacerse de su abrazo.

-Hemos llegado hace unos pocos minutos, pero como no te he encontrado en la casa me he visto en la obligación de venir a buscarte. -Siempre que su hermano regresaba, lo primero que hacía era ir a su encuentro.

-¿Hemos? – Preguntó Emma algo preocupada de que su padre hubiera decidido finalmente acompañarlos. Y no es que Emma no deseara estar en compañía de su padre, pero bien sabía ella que cuando el barón se encontraba en la casa pocas eran las ocasiones en las que no entablaba discusión con Thomas, además de que no le agradaba que los hermanos pasaran tiempo juntos.

-¿Olvidaste a mi amigo Daniel Swan? -En aquel preciso instante se escuchó el relinchar de un caballo.

Los hermanos volvieron sus rostros hacia el lugar del que provenía el ruino. Hacia ellos galopaba un joven jinete. El joven Swan era, según describía el señor un don nadie que había tenido la suerte de que un benefactor se apiadara de él y le pagara los estudios. Al igual que el joven , Swan tenía 19 años y solía ser muy alegre, pero aquellos dos caballeros no tenían nada más en común. Tanto Thomas como Emma, tenía el pelo cobrizo casi rojo, unos grandes ojos verdes y un rostro repleto de pecas, mientras que Daniel Swan poseía un cabello azabache demasiado rizado y sus ojos eran de un tono marrón casi negro. Los dos jóvenes se habían conocido en su primer año de escuela y habían permanecido juntos desde entonces. Emma consideraba que eran muy complementarios, por no decir opuestos, ella pensaba que su hermano enmarcaba la perfección y que el pobre Daniel era... un desastre andante. A esta deducción había llegado con el paso de los años, cuando tras cada verano y cada Navidad en la que Thomas lo había invitado él había terminado rompiendo algo de la casa, olvidando alguna de sus pertenencias, no considerando el orden o el decoro importantes... en fin, Emma no se caracterizaba por rechazar a las personas, pero el señor Daniel no era totalmente de su agrado.

-Fitz eres un tramposo, pero veo que has encontrado a la dama más bella del lugar. -Dijo Daniel haciendo una inclinación de cabeza desde lo alto de su montura. - ¿Se unirá esta dama a nuestra aventura por el bosque? -Emma no se sorprendió de que esos dos ya estuvieran planeando alguna maldad, pero ella no podía permitírselo.

-No, gracias, la nana estará a punto de despertar y yo debo acompañarla en la hora del té. -Dijo con solemnidad.

-Vamos Em... estamos de vacaciones. -Le dijo su hermano fingiendo un puchero.

-Hermano, espero que lo pasen bien. Los estaré esperando para la cena. -Dicho esto besó la mejilla de Thomas y comenzó su camino de vuelta a la casa.

Los dos jóvenes vieron partir a la damita algo desanimados. Daniel sabía lo importante que era para su amigo pasar tiempo con su hermana, y se sentía mal por ser un impedimento.

-Si lo deseas podemos regresar a la casa y tomar el té con tu hermana. – Le dijo intentando no ser un estorbo.

-¡Ni loco me quedo con la nana y sus regañinas! Pobre Em, sólo de pensar en todo lo que debe soportar...

-¿Estás seguro? -Insistió el señorito Swan.

-¿Tanto miedo tienes de que te gane en esa carrera que me debes?

De esta forma los dos amigos cambiaron el aire que se había generado en aquel momento y cabalgaron como salvajes durante toda la tarde. Thomas llevaba arrastrando toda su vida la soledad y exigencias que se le habían impuesto a su hermana. Él no tenía poder alguno para cambiar las cosas. Su padre le había dejado muy claro, en sus miles de discusiones, que mientras el barón de Clinton fuera él, Thomas no tenía ni voz ni voto en la casa. Si no fuera por Emma, Thomas no se habría dignado a pisar la misma propiedad que su padre, y eso su progenitor lo sabía muy bien. 

LAS RESPONSABILIDADES DE UNA DAMADonde viven las historias. Descúbrelo ahora