seis.

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El bullicio que salía de aquel aula era increíble, recordaba haber pensado Jaemin. Increíble pero no en el buen sentido, no. Parecía que al señor Lee le costaba bastante trabajo mantener a los jóvenes catigados a raya.

Tocó un par de veces sobre la puerta, aunque sonaron flojisimo, estaba seguro. Seguramente sonaba así de apagado a causa de la triste puerta, que era de un material similar al plástico, blanca y con un cristal de aquellos gruesos y feos, como de casa de abuela. Alguien le dió pie para que entrase al aula.

Y allí se plantó. Na Jaemin, con su despeinado pelo y su pulcro uniforme bajo el marco de la puerta del aula de castigados. De hecho, Jaemin vio como los rostros de varios de los presentes se contorsionaban para mostrar su gran asombro. Jaemin sonrió, como siempre hacía antes de dirigirle la palabra a algún profesor.— Lamento llegar tarde, señor Lee. Es mi primer día de castigo y no sabía en qué aula estarían.

Jaemin se aflojó la corbata, no pudiendo esconder su nerviosismo a pesar de su actitud seria.

El joven profesor no pareció darle demasiadas vueltas; porque no quería complicarse o porque le daba igual. Invitó al joven a tomar asiento con un leve movimiento de mano. Jaemin no tuvo que inspeccionar demasiado la sala para saber dónde quería sentarse.

Se encaminó por entre las diferentes mesas con pasos firmes y ágiles, esquivando lo que casi hubiese sido un buen golpe en la cadera con el pico de uno de los pupitres. Se sentó en una de las mesas, la que estaba justo entre Jeno y DongHyuck, que lo miraba con ojos brillantes y lo saludó con un tono divertido. Por otra parte, el profesor se había puesto a conversar con otra de las alumnas que estaba situada un par de filas delante de ellos. JinSol, creía recordar.

Jeno lo miró de arriba abajo, como si no pudiese creerlo.—Jaemin, qué mierda haces aquí.

Jaemin rodó los ojos mientras sacaba una libretita, hurgando con sus graciles manos entre los diferentes libros que cargaba en la mochila.— Te defendí,— comenzó a explicar. Chasqueó la lengua cuando encontró su preciado lápiz— al menos sé un poco agradecido, me llevé unos buenos golpes.

DongHyuck, que había permanecido callado observando el intercambio de palabras pasivo-agresivas, decidió hanlar después de unos segundos.— Pero, presi, ¿no tiene que atender cosas del consejo?— cuestionó, apoyando la cara sobre una de sus huesudas manos, haciendo que su mejilla se levantase de forma adorable.— ¡Ah!, y revisar el periódico, ya sabe lo que pasó la última vez.

Jaemin le sonrió y asintió.— Ya. Una cosa, Hyuck, te he dicho mil veces que me hables de tú a tú.

El joven pelinaranja se rió tontamente, con aquel ruidito que salía del fondo de su garganta que hacía que Jeno siempre se carcajease por lo bajo. Esta vez Jeno no se rió, parecía pendiente de otra cosa.

— Me gusta llamarlo presi,— admitió, haciendo que Jaemin bufase, aunque todo el estrés que cargaba y falsa irritación no pudieron evitar que floreciese una sonrisilla en su rostro— presi.

Jaemin se giró para observar al pelinegro, que se había puesto a anotar cosas en su agenda. Jaemin estaba bastante seguro de que era una especie de diario, aunque nunca se lo había preguntado al mayor. De todas formas Jeno nunca diría que era un diario, era demasiado vergonzoso para temas personales, sentimientos, y cualquier cosa con una mínima profundidad.

Así que no le quedó más opción que ponerse a estudiar, leyendo sus libros de clase y anotando en la libreta con destreza. Notó como DongHyuck se aburría al poco tiempo y se descentrada de la acción. El profesor y aquella alumna parecían seguir hablando de sus cosas, y de vez en cuando DongHyuck comentaba también, aunque aquello no era suficiente para llamar su atención.

No fue sino hasta que escucho su nombre que sus ojos se detuvieron sobre una de las palabras del libro.

Recuerdo.

Y Jaemin tenía tantos recuerdos almacenados en su cabeza. Aproximadamente desde que tenía cuatro años. Algunos recuerdos eran más nitidos, otros apenas eran manchas de rostros u objetos. Aún así, todos eran preciados para el joven.

Y todos tenían algo en común: representaban su pasado. Un pasado del que Jaemin se avergonzaba a veces, se enorgullecía en ocasiones. Aún así no se arrepentía de ninguno de sus recuerdos, de ninguna de sus acciones, suficientemente memorables como para haberlas recordado durante tanto tiempo.

Y aquello le hacía creer que a pesar de ser un buen chico, de cargar con un gran peso sobre su espalda, de ser el orgullo de sus padres, de no defraudar al consejo escolar, no se arrepentía de haber terminado en el aula de castigados, con una posible mancha en su expediente, si bien leve, por violencia. Había merecido la pena tan solo por haber defendido a su amigo. Al amor de su vida.

No en ese sentido. Pero quería demasiado a Jeno.

Así que no, no se había arrepentido nunca de ninguna de sus acciones, de ninguno de sus recuerdos vergonzosos, pues siempre le habían llevado a algo beneficioso. Aunque fuese el mero sentimiento de autorealización. Desde luego no se arrepentía de esto.

— Fue Jaemin quien salió a defenderlo.— había escuchado. El profesor le preguntó algo a la alumna que Jaemin no llegó a captar.

El joven castaño levantó los ojos, justo a tiempo para ver como la chica negaba con lentitud. Jaemin volvió rápidamente a observar la hoja de su libro, repleta de palabras.

Sonrió para sí mismo antes de continuar con su lectura.



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drug ;;ɴᴏᴍɪɴDonde viven las historias. Descúbrelo ahora