Capítulo 6

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Dos meses. 

Dos meses de encierro y supervisión a todas horas. Dos meses de novedad, de cambios, de desequilibrio emocional, de echar de menos y querer faltar. 

Dos meses, de lágrimas cada dos por tres, de malas condiciones, de vivir con incertidumbre y de acostumbrarse a ello.

De querer salir, aunque cueste miles de vidas.

Si tan solo pudiera controlar el tiempo, y hacer que la idea de coger ese tren se nos ocurriera un día antes. Si tan solo pudiera controlar el tiempo, y hacer que ese billete estuviese fechado el día antes del desastre. Si tan solo pudiera controlar el tiempo, y hacer que este bebé, que se supone que tendría que revolucionar nuestras vidas, creciese un año antes.

Si tan solo pudiera hacer que la condenada guerra apareciese después...

Daría lo que fuera para sacarnos a los tres vivos de aquí. 

Con o sin hogar. Con o sin cobijo.

Pero vivos, y juntos.

Por que con solo salir de esta tortura, nos darían igual las condiciones de nuestra vida.

Preferiría mil veces a vivir en paz y sin tener una vida decente, a tenerla pero aquí.


Recojo, como todos los días a todas horas, la ropa del suelo que los soldados van tirando. 

Cada vez se me hace más difícil andar, agacharme o moverme: Una barriga de cinco meses da que hablar.

Me queda menos embarazo que lo que llevo de él, y estoy empezando a perder las esperanzas de que este ser inocente que llevo en mi vientre viva.

Por suerte, la ropa que nos entregan es ancha, y mi abultado vientre apenas se nota, a no ser que te fijes con mucha cautela.

Pero aún así, a finales de mes la barriga comenzará a notarse demasiado. 

¿Van a descubrirme y probablemente acabar conmigo?

Espero que no, pero es lo más probable.

La ansiedad que se apodera de mi por las noches al pensar en ello es cada vez más fuerte, y ese nerviosismo se lo traslado a las personas que están conmigo en el campo y que también son mi familia.

Cojo mi tarjeta de identificación y me la cuelgo de nuevo al cuello. Se me ha caído. 

El movimiento que tengo que hacer para agacharme y que no me duela la espalda es complicado, y cada cierto tiempo hace que la tarjeta se caiga. Un horror.

Veo como uno de los soldados que nos están supervisando me mira desconfiado, entrecerrando los ojos. También, que hace un movimiento con la mano y llama a su compañero, mientras le comunica algo en alemán sin despegar su mirada de mí.

El corazón vuelve a latirme a mil por hora cuando veo que ambos me miran y se susurran el uno al otro.

Disimulo siguiendo con mi tarea: Me agacho, cojo la tela, la lavo en el barreño, y la pongo en el montón para secar. Esa tarea se hará después.

Escucho pasos a mis espaldas. Me asusto. 

De repente, algo me agarra el brazo y me da la vuelta. Suelto un grito de terror al sentir el movimiento. Me topo con el soldado que acaba de venir con cara de enfadado, mirándome fijamente. Respiro difícilmente e intento evitar llevarme la mano al vientre en señal de protección a mi bebé, ya que sería demasiado arriesgado.

No digo nada.

Él, en un movimiento brusco, suelta mi brazo, todavía mirándome. Agarra mi tarjeta y la lee con el ceño fruncido, y después de comprobar los números y mis datos, se da la vuelta y continúa con la vigilancia.

Por SiempreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora