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EL SUEÑO DE TATYANA

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EL SUEÑO DE TATYANA

Soltó un chillido al sentir al peludo animal pasar corriendo por encima de sus pies

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Soltó un chillido al sentir al peludo animal pasar corriendo por encima de sus pies. Palideció al ver la criatura escabullirse por un sendero que se iba estrechando gracias a la oscuridad que la intentaba consumir lentamente mientras avanzaba hacia la luz que desprendía al final del camino.

Un escalofrío recorrió su espina dorsal. Se abrazó intentando guardar algo de calor y continuó su recorrido.

El viento silbaba, las palabras eran arrastradas e inaudibles voces se apagaban lentamente en un grito estremecedor.

Tatyana Larina se sobresaltó.

Su larga cabellera ondeaba con el aire, algunos mechones rebeldes se le pegaban al rostro, aunque hiciera todo por mantenerlos acomodados por detrás de las orejas.

Siguió su camino. Un enorme oso pasó junto a ella, sonriéndole y, como si de un desfile se tratase, otros animales caminaban detrás del enorme oso pardo que parecía liderar una manada algo pintoresca y extraña.

Lobos blancos, zorros plateados, mariposas azules y otras alimañas seguían el camino contrario al de la dama. Todos formados en una fila ordenada que parecían tener la conciencia de un humano ordinario.

«¡Qué curioso!», pensó.

El camisón blanco se le atoró en una rama caída y con un ruido sordo, la tela se rasgó, rompiendo así la delicada prenda que la protegía inútilmente del repentino aire nocturno.

Se llevó las manos a los brazos, procurándose algo de calor. Dio un paso y solo entonces alcanzó a escuchar un grito que fue ahogado por el sonido de un ser bebiendo alguna clase de líquido.

Tatyana se sobresaltó e indecisa, tomó el valor para acudir a lo que sea que estuviera en peligro.

Sus pensamientos le mandaban señales de alerta.

«¡No lo hagas, no lo hagas!», se decía inútilmente, porque sus cuerpo no respondía a la advertencia que ella misma se daba.

El crujir de las hojas secas bajo sus pies y las pequeñas ramas romperse, alertaron a la criatura que la esperaba del otro lado del sendero.

Un hombre con el torso desnudo y pálida piel le dedicó una lasciva sonrisa. Ella retrocedió a la par que él se acercaba lenta y peligrosamente como el cazador a su presa.

Un paso más y chocó con algo. Tatyana tragó saliva. Dio media vuelta y ahogo el grito al ver a su hermana menor Olga, con la piel del rostro en estado de descomposición, con los labios ensangrentados y la mirada amarillenta, sin vida y sin conciencia.

—Tanya... —La llamaron.

Reconoció la voz de su futuro pariente: Vladimir Lensky.

Buscó entre los árboles la figura masculina, hasta toparse de frente con el hombre desnudo de larga cabellera platinada. Él levantó un brazo e hizo un extraño ademán que atrajo no solo a ese espectro deformado que reconoció como su hermana, sino también a una versión oscura y sanguinaria de Lensky: con largos colmillos recubiertos de sangre y brillantes ojos que no ocultaban un hambre voraz.

El hombre desnudo le volvió a sonreír.

Ordenó a la pareja que no la atacara y enseguida se continuó su acercamiento hacia la desdichada Tatyana que no sabía ni para donde moverse.

Se mordió el labio inferior y apretujó con violencia la tela de su camisón.

Y, cuando el hombre estuvo de pie frente a ella, un nombre fue susurrado por el viento:

«Onegin...»

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Tras el demonioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora