VI

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EL DUELO

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EL DUELO

—¿A dónde va su señor? —preguntó Tatyana a la ama de llaves

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—¿A dónde va su señor? —preguntó Tatyana a la ama de llaves.

La mujer miró a la doncella y se lo pensó un poco antes de hablar, no lo tenía permitido y tampoco quería lidiar con la ira de su amo.

—Llevaba prisa, ¿acaso tiene un compromiso urgente?

—El señor Onegin tiene un duelo con el señor Lensky —habló la mujer algo sonrojada—. Anoche vino el segundo Zaretsky a entregar el desafío.

—¿Cómo? ¿Pero no sabe la razón?

La ama de llaves negó.

—Lo siento señorita Larina, pero no tengo permitido hablar de los asuntos de mi amo. Disculpe, pero ya he dicho suficiente.

—Comprendo.

Poco después, la joven Larina salió de la finca con dirección a donde el duelo podía llevarse a cabo.

Los duelos estaban prohibidos en el Imperio, todos lo sabían, además solían hacerse antes del amanecer, pero ¿por qué entonces Onegin, quien había sido retado, optó por ir tarde a un compromiso tan grande?

—Como si quisiera evitarlo... —susurró.

Se acomodó el cabello bajo el sombrero y apresuró el paso. La brisa le acariciaba el rostro, enrojeciendo su nariz.

Aunque su principal preocupación era comprender cuál había sido la razón por la cual Lensky lo había retado, no dejaba de preguntarse la relación que mantenían. ¿No eran amigos? Al menos eso es lo que decían su nana y Olga.

Sus manos temblaron, temía lo peor.

¿Y si Lensky era herido de gravedad? ¿U Onegin? Tenía mucho por aclarar con el burgués, pero si moría debido a la ira del poeta jamás tendría la oportunidad de hacerlo.

Rezó para que Dios lo salvara, repetía su oración mentalmente, mientras apresuraba aún más el paso.

Escuchó dos disparos a lo lejos, sobresaltándose al instante, ¿serán ellos? Se levantó la falda y corrió con todo lo que su energía le permitía.

Aún podía evitar una tragedia.

Pero sus pensamientos se vieron nublados por el mal presentimiento que la comenzaba a atormentar: ya era tarde.

Uno de los dos estaría muerto para cuando ella llegara.

Temía por Lensky y temía por Onegin a pesar de no conocerlo.

«Onegin...»

Ese nombre volvió a ser susurrado por el viento.

¿Qué significaba? ¿Qué trataba de decirle?

Solo quería estar en paz consigo misma. No quería ser perseguida por un demonio. Solo vivir tranquila. Ver a su hermana formar una familia con su amado Lensky...

—¡Vladimir! —gritó al vislumbrar a poca distancia a los hombres.

Al llegar se detuvo abruptamente. Tres hombres en el suelo, uno de ellos, el segundo Zaretsky y en brazos del burgués se encontraba Vladimir, desangrándose.

Ella se acercó un poco más, escuchaba a Onegin murmurar. Quiso tomarlo del hombro, intentar darle algunas palabras de aliento, pero se contuvo.

Abajo, los ojos de Lensky perdían el brillo que los caracterizaban, dio su último respiro y entonces, retrocedió.

¿Cómo le diría a Olga que su prometido había muerto?

Contuvo el aliento. Se llevó una mano a la boca y reprimió el jadeo que emitió su garganta.

Eugene se irguió.

Soltó el cuerpo inerte del poeta y se levantó lentamente. Su capa negra ondeaba al viento, dejó caer el revólver con el que recién había asesinado a Lensky y gruñó.

El olor a sangre impregnó sus fosas nasales y retrocedió un paso antes de que él se girara.

Tatyana no pudo gritar. Quería hacerlo, pero perdió la voz.

Ahí, delante de ella se encontraba él: el demonio.

Usando el cuerpo de Eugene como una especie de disfraz, se acercó a la joven con una sonrisa aterradora, hambrienta.

El demonio, ahora con la piel pálida y agrietada, los ojos negros y hundidos, y largos colmillos ensangrentados se apareció frente a ella, susurrando su nombre:

—Tatyana...

—Tatyana

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Tras el demonioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora