IV

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ELLA ES MI LUZ

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ELLA ES MI LUZ

Olga bailaba con un caballero la mazurca, procurando no tropezarse, pues sus ojos se encontraban fijos en cualquier cosa menos en su pareja de baile

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Olga bailaba con un caballero la mazurca, procurando no tropezarse, pues sus ojos se encontraban fijos en cualquier cosa menos en su pareja de baile.

Tatyana siguió la mirada de su hermana hasta el invitado de Lensky, Eugene Onegin. Verlo le provocó escalofríos.

¿Acaso sería el mismo Onegin, cuyo nombre era susurrado por el viento? La piel de sus brazos y cuello se erizó.

Respiró profundo y apartó la mirada en cuanto sus ojos se encontraron con los de él. ¿Qué pensaría de ella?

—¿Tatyana?

La voz de su adorada nana le provocó un sobresalto.

—Pero ¿qué te pasa, mi niña?

Ella intentó mantener la calma, pero al final le fue imposible, pues ella era considerada como un libro muy fácil de leer para sus conocidos.

—Nana, ¿quién es ese caballero? —preguntó disimulando el ligero sonrojo en sus mejillas.

La mujer de cano cabello sonrió al percatarse de ese sonrojo.

¿Quizá su pequeña se había enamorado?

—Eugene Onegin, un burgués que llegó de la ciudad hace unos días. Según el joven Lensky, heredó la finca de su tío (que en paz descanse) —dijo llevándose una mano al pecho con pesar.

—Entiendo.

Aunque en realidad no lo hacía. Su mente le jugaba sucios trucos a los cuales no quería sucumbir.

Mientras esa conversación se llevaba a cabo, el poeta Lensky se acercaba a Olga Larina, para reclamar el vals, pero rechazado tres veces, ya que ella le ha prometido el vals a otro.

—Pero te lo he pedido desde el inicio de la velada —replicó el poeta un poco molesto por la negativa de su amada, la inspiración de sus poemas y canciones de amor.

Ella no respondió. Se encogió de hombros y le pidió una disculpa antes de irse tomada del brazo de Onegin, quien le dedicó una sonrisa victoriosa a quien considerada su amigo.

Lensky no hizo otra cosa que observar desde lejos el coqueteo de Onegin y las palabras al oído que ruborizaban a su amada.

—¡Onegin! —gruñó.

—¡Onegin! —gruñó

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Tras el demonioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora