VII

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TRAS EL DEMONIO

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TRAS EL DEMONIO

Tatyana despertó bañada en sudor

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Tatyana despertó bañada en sudor.

Se llevó una mano al pecho y agradeció a que todo haya sido solo un mal sueño, una pesadilla.

Junto a ella se encontraba esa carta maldita, aquella en la que confesaba su amor por Eugene Onegin. Suspiró. Ahora comprendía porqué su nombre estaba presente en su sueño, durmió pensando en él, en lo que le respondería, lo que pensaría.

No estaba muy bien visto que una mujer diera el primer paso. Pero Onegin no parecía ser uno más, él era diferente, moderno, interesante y misterioso. Todo lo demás solo había sido una visión que agradecía no fuera real.

—...¿Quién eres? ¿Mi ángel, mi protector, o un pérfido tentador? Resuelve mis dudas...* —Leyó, su letra, aunque apresurada, aún era legible.

Se sonrojó de la vergüenza, ¿cómo pudo tener el valor de ser tan impulsiva?

Se levantó de la cama con la carta en mano. Dudas y más dudas. Ya no estaba segura de sí quería enviarla o no.

Cerró los ojos y tomó el papel con ambas manos, destruyéndolo en un segundo.

No enviaría esa carta. Podría desencadenar algo horrible y ese sueño no había sido de mucha ayuda para motivarla a entregarla a su destinatario.

Eugene Onegin no podría corresponderle de ese modo.

Soltó otro suspiro y dejó caer los trozos de papel.

—Tanya...

Una voz gangosa la llamó. Ella dio media vuelta y gritó al ver la apariencia putrefacta de su hermana. Olga tenía el rostro en estado de descomposición y la mirada amarillenta, pero aun así le sonreía.

—Pero ¿qué pasa? —preguntó su madre entrando a la estancia, apresurada.

Tatyana palideció al ver la apariencia deforme de su madre, como si le hubieran golpeado el rostro con una tabla en repetidas ocasiones, incluso tenía un clavo en la garganta.

La mayor de las Larina se pellizcó, quiso despertar, quizás era otro sueño. ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué a ella?

Se alejó de su familia, chocó con la mesa de noche y tiró una copa de plata que contenía un líquido tan rojo y espeso que bien podría ser sangre. Reprimió una arcada y salió de la habitación, dejando a Olga y a su madre confundidas.

Corrió escaleras abajo, cruzó la estancia principal y retrocedió al ver con el rabillo del ojo su reflejo en el espejo.

Posó una mano sobre el cristal mientras que con la otra se tocaba el rostro, la cabeza, el cabello. Dos cuernos delgados le sobresalían de la cabeza, su suave piel ahora mostraba venas moradas en la frente y mejillas; y sus ojos, oscuros y hundidos no mejoraban su apariencia.

«¿Qué es esto?», se preguntó mirándose las manos con largas uñas amarillentas.

—¿Tatyana?

Se sobresaltó al escuchar a Lensky tras ella. Pero su apariencia, aunque un poco más humana, no dejaba de ser aterradora. Pálido y con los ojos rojos, le sobresalían dos colmillos de la boca.

El poeta quiso tocarla, pero ella se alejó.

Quería lanzarse por la ventana. No comprendía qué era lo que sucedía. Podría jurar que nada de eso era real, que tan solo el día anterior todo había sido normal, que nadie lucía de esa forma tan desagradable y espantosa.

Huyó de Lensky, de su familia, de ella misma.

Corrió sin mirar hacia atrás. Y, dirigiéndose hacia la entrada, esperó que al salir todo fuera normal, tal como lo conocía, pero no fue así; en cuanto abrió la puerta se topó con él, con su frac bien arreglado, su sombrero en mano y buen porte. Él le sonrió, y ella se mordió el labio.

No podía ser posible lo que sus ojos veían. Pero era él, reconocería esa cabellera plateada en donde fuera, ahora no tenía dudas. Ese hombre, ese ser era:

El demonio de Eugene Onegin.

El demonio de Eugene Onegin

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*Extracto de la carta de Tatyana, del libro Eugene Onegin

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*Extracto de la carta de Tatyana, del libro Eugene Onegin.

Tras el demonioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora