《T r e i n t a y o c h o》

2.2K 89 108
                                    

Daniela

—Me veo demasiado gorda.

-—Amor, estás a punto de dar a luz.

—Ya, pero la barriga me pesa, tengo muchísimo frío, me duele la espalda, no me veo los pies y no me cabe absolutamente nada de ropa.

—Dani, no te queda nada.—se puso detrás de mi, y le miré a través del espejo.—Además, estás preciosa.

—Lo dices porque eres mi novio, si fueses uno que me ve por la calle no dirías eso.

—Para empezar, soy tu prometido. Y para terminar, desde que te conozco he visto cómo tu hermano te quitaba a los tíos de encima cuando salíamos de fiesta.

—No es lo mismo, no estaba embarazada, y cuando eso pasaba tenía diecinueve años.

—Deja de quejarte tanto, y mírate.—hice lo que me dijo. Era la cena de Navidad con la selección, y yo había decidido ponerme un vestido largo de color rojo, que tenía los hombros caídos. Mi pelo estaba recogido en un moño bajo, con algunos mechones sueltos, y llevaba un maquillaje muy sencillo.—Eres luz, Dani.

—Te voy a dar una clave.

—¿Para qué?

—Es lo único que te falta para conocerme al cien por cien.

—Muy bien, sorpréndeme.

—Te parecerá una locura, pero... Cuando sientas que estoy aquí, cuando notes mi calor, quiero que me mires a los ojos.

—¿Por qué?

—Es donde mis demonios se esconden.—Álvaro sonrió sin mostrar sus dientes antes de besarme.—Ahora que sabes mi punto débil, estoy completamente expuesta ante ti. Me conoces al mismo nivel que mis hermanos, Kera y Marco.

—¿Pau no sabe esto?

—No me vi preparada para decírselo.

—¿Y por qué conmigo sí?

—¿Te parece poco estar enamorada de ti, burro?

—Qué manera tan buena de cargarse el momento romántico, de verdad.—reí y volví a besarle.

(•     •     •     •     •)

—No te creo...—alcé mi ceja al ver a Kera cantar junto a Pedri el que es nuestro himno, Purpurina.

¡Tumbada en mi cama casi no puedo verte, he bebido demasiado, apenas puedo sostenerme!

—No sí... Chiquito ciego llevan.—comentó Leire antes de reír.—Creo que me voy a unir a ellos.

—¡Estaba deseando que lo dijeses!—rápidamente, Marcos agarró su mano y fueron casi corriendo a la pista de baile. Mi hermana había sido lista, y había traído unos zapatos de recambio, más concretamente unas Converse. Lo más curioso es que pegaban a la perfección con su vestido negro.

—Ojalá poder meterme ahí, en todo el barullo de gente.—hice una mueca y dejé caer mi cuerpo en el respaldo de la silla.

—En nada podrás hacerlo otra vez.—me respondió Álvaro.

—¿Pues sabes qué? Yo me quedo aquí contigo.—Koke, que al principio de la cena estaba sentado delante de mí, se sentó a mi derecha.—Así aprovecho y me enseñas el anillo.

—¿Pero tú no estabas con Saúl en la pista?

—Me ha dejado tirado por cantar con Pedri y Kera... Así me lo agradece el cerdo.

Demons [Álvaro Morata]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora