Capítulo 9

37 5 0
                                    

Cuando Alex dijo que necesitaba un baño de agua fría no pude evitar visualizar la escena del chico desnudándome, cosa muy alejada a la realidad —Jodida realidad— Alexander me coloco bajo la ducha de agua congelada en plena madrugada empapando mi ropa la que ni siquiera tuvo la amabilidad de quitarme.

—¡Mierda está fría!

—Cierra la boca, si tanto te molesta no te hubieras emborrachado con un desconocido y desaparecido hasta estas horas, ¿así es como demuestra que sabes cuidarte? Sabrá dios lo que estaba a punto de hacerte ese chico.

—¿Lo qué estaba a punto de hacerme? Íbamos a tener sexo si no hubieras llegado —el agua aún cae sobre mi cabeza, pero dejo de luchar.

—A eso me refería.

—Era consentido, no me estaba obligando a nada.

—Se me olvidaba que tienes experiencia tirándote al primero que se te cruza en tu camino cuando tomas más de dos copas —lo observo asombrada e indignada, ¿a qué se refiere?, ¿sabrá lo que paso con Aaron?

—¿Qué es lo que te molesta exactamente? ¿Qué estuviera a punto de acostarme con un chico o que no fueras tú con quien estuviera a punto de acostarme? —siempre tengo que ganar, más cuando se trata de una discusión con Alex.

—Me molesta que soy responsable de todo lo que te pase Katerina. Sécate y cámbiate de ropa.

—Tú no me das órdenes.

—Métete en la jodida cama y duérmete, mañana te quiero despierta a primera hora para las clases.

—Vete a la mierda Alex —muerdo mi labio.

—Alexander para ti —camina fuera del baño dejándome sola y mojada.

Arregañadite hago caso a sus palabras. Tiro la ropa mojada lejos de mi cuerpo, pero me mantengo unos minutos más bajo el agua, acabo de llamarlo Alex, de tontear con él.

Tomo mi ropa del suelo y camino desnuda hasta el dormitorio, sin ocultar mi cuerpo bajo una toalla blanca.

•••

El despertador suena —Trágame tierra— las imágenes del día anterior pasan por mi cabeza como una película en cámara rápida. Detengo el jodido sonido de la alarma y oculto la cabeza bajo la almohada. No quiero salir del cuarto, no puedo con esta resaca, menos aún con la cruda moral, tampoco puedo faltar a clase, Berlusconi me mataría y lo digo literal —cinco minutos, solo cerraré los ojos por cinco minutos y luego saldré de aquí fungiendo que ayer no paso— digo convencida antes de caer en un profundo sueño

•••

Unos golpes en la puerta me hacen sobresaltar, salto de la cama agitada, agarro el teléfono y miro la hora.

—¡Voy! —grito para que los golpes paren.

Mierda son las cinco de la tarde, he faltado a clase.

Los golpes no se detienen.

Aliso mi cabello como puedo, cambio mi ropa para que al menos no parezca que estoy recién levantada.

—¿Quién mierda es? Ya dije que voy —protesto el sonido de la puerta me pone nerviosa, aun así nadie responde y no se detienen.

Termino de abrochar el botón de mis vaqueros cortos y abro bruscamente.

—¿Qué? —Es Ciro.

No dice nada, no hace falta que lo haga, sé que Orestes lo ha mandado, en lugar de un saludo planta su puño sobre mi rostro desmayándome.

•••

Abro los ojos cuando algo frío golpea mi cuerpo —perfecto, más agua fría — inspeccionó el lugar y al hombro frente a mí, aunque sé exactamente donde me encuentro.

—Buenas tardes, papá —No muevo mi cuerpo para no dañar mis muñecas atadas.

—Hola, Katerina, ¿cómo has estado? —responde tronando sus dedos.

Sigo a papá hasta el sótano de la academia, está enfadado porque le he gritado que no me gusta este lugar y una de las profesoras le ha dicho que he reprobado su materia.

—¿A dónde vamos? —no me responde, como las veces anteriores que he preguntado.

Caminamos hasta llegar a una gran puerta de metal, al estar junto a esta, Orestes se arrodilla para estar a mi altura.

—Cariño, aunque no lo entiendas papá te ama y todo lo que hace es por tu bien.

—¿De qué hablas papá?

—Esta mañana me has gritado y la profesora ha dicho que has suspendido una materia, no puedo dejar que eso suceda, debo castigarte —las lágrimas comienzan a bajar por mis mejillas.

Abre la puerta que parece pesar demasiado.

—Yo no quería —llorar me impide hablar con claridad.

—Entra —ordena.

—Yo no ... — no termino la frase cuando me empuja dentro.

El lugar es oscuro, una cadena cuelga del techo, Berlusconi ata mis manos a ella haciendo que quede colgada con mis pies a metros del suelo.

Por un segundo pienso que todo es una broma, pronto papá dirá que es jugando y me bajara de aquí, pero no es así, lo descubro cuando Prestes hace que una toalla mojada golpee mi estómago sacándole todo el aire. Después de ese golpe vinieron algunos más, gritaba que me disculpara y me dejara ir hasta caer desmayada.

Academia de asesinos: Black SwanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora