capítulo 3

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Cuando le dije a Orestes que conocía al consejo estudiantil, no mentía, los conozco bien, al menos a dos de ellos.

Alexander Baasch, su presidente y una de las personas que más detesto después de Berlusconi. Lo conocí a los catorce años, cuando él aún no formaba parte del consejo, es mayor que yo, arrogante y aunque no debía, el alemán llamaba mi atención, me enfrentaba, tomaba todo mi autocontrol y hacia cenizas de él, sin importar de quien fuera hija.

También era excesivamente inteligente, me molestaba ver como él sacaba de manera fácil puntajes de cinco puntos, en las asignaturas donde yo tenía que pasar las noches estudiando para lograr un cuatro —en realidad estaba enamorada de Alex.

Recuerdo la última vez que hablamos, en clase de seducción, tenía que susurrar algo en su oído, era una clase práctica y mi compañero era él.

Susurré lo más morboso que llego a mi mente en ese instante, me empeñe, quería en verdad seducirlo, pero cuando apartamos nuestras caras se burló de mí frente a la clase y me dijo que era lo más patético que había oído, me dejo en ridículo, lo odie aún más.

El ejercicio práctico era evaluativo, por su reacción mi nota fue de dos, cosa con la que Berlusconi no estaba contento.

Fui reprendida, incluso me lleve una cachetada de su parte, salí de su oficina robándome una de sus caras botellas de whisky, me la tome sola en mi habitación, me emborrache hasta más no poder y cuando el alcohol se encontraba burbujeando en mi sistema fue en busca de Alex.

No di con él, en su lugar conocí a Aaron, mis deseos de venganzas fueron sustituidos por ganas de sentirme deseada, era lo que necesitaba en ese momento y Aaron Wilson no se negó en complacerme, ese mismo día, a la edad de dieciséis años perdí mi virginidad con el australiano vicepresidente del consejo estudiantil.

Alex y Aaron son muy parecidos físicamente: altos, ojos claros, rubios, con la diferencia de que el australiano luce una piel bronceada, a diferencia de Ander, un trigueño de ojos marrones.

Mi rivalidad con Alex, descendió con los años a simples miradas de desagrado, mientras que con Aaron no volví a cruzar palabra nuevamente.

Me alegro de que una de las primeras clases sea artes marciales, servirá para aminorar mi estrés y desagrado con el mundo.

El profesor nos agrupa en pareja para los combates, el objetivo, inmovilizar al contrincante.

De pareja me ha tocado Dakota, una de las chicas que vi esta mañana en el baño se encuentra frente a mí en posición de ataque.

—Todos hablan de ti, pero no creo que seas para tanto y te patearé el trasero para demostrarlo —amenaza lanzándose sobre mí.

He recibido tantos golpes en estos años, que esquivarlos y atacar ya forma parte de mi naturaleza, con agilidad le aplico una llave dejando inmóvil a la chica, quien a pesar de haber dado en el suelo para que la dejara ir no acepta su derrota.

—De nuevo —grita.

La complazco con una sonrisa en el rostro, sus gritos de dolor son relajantes, no puedo esperar por escuchar los de Orestes.

Floto liviana como una pluma hacia los baños, si antes susurraban a mis espaldas, ahora que me han visto en acción, el rumor de lo que le he hecho a Dakota corre por toda la escuela.

Nadie me habla directamente, abren el paso para mí en las filas, me respetan —no, me temen— y me agrada que lo hagan.

Paseo por la academia, he vivido en este lugar desde los ocho años, no existe un solo rincón que desconozca, mis clases han acabado y he logrado evitado al consejo estudiantil durante todo el día.

Abro la puerta de mi habitación, nunca suelo cerrar con llave, nadie se atrevería a irrumpir aquí sin mi permiso, menos ahora.

Me detengo rígida aun sosteniendo el pomo de la puerta, de no ser de acero juro que lo rompería por la presión que estoy haciendo sobre él. Sentado sobre mi escritorio está Alexander, sus piernas se encuentran cruzadas y me sonríe.

—¿Qué carajos haces aquí?

—Tu padre nos ha encomendado cuidarte...

—No me importa lo que quiera mi padre, no necesito unas niñeras atrás de mi culo, sé cuidarme sola —mientras hablo Alex se va acercando a mí.

—Mira niña —sostiene mi brazo aplicando demasiada fuerza— me importa una mierda si puedes cuidarte sola o no, tu papá nos ha mandado a vigilarte y como presidente del consejo haré que sus órdenes se cumplan, te guste o no.

Tengo que levantar la vista para poder mirarlo a los ojos.

—No me toques —ordeno y él lo hace.

—Esto es una visita cordial.

—No veo nada cordial en ti, ni en tus amigos y mi padre se puede meter sus órdenes en el culo.

—Sería mejor para todos si cooperas, no puede ser tan malo —habla sereno, caminado por mi habitación.

—Ya es lo suficientemente malo tener que ver tu cara.

—No eres nueva aquí, por más fuerte que seas sabes que necesitas aliados —él tiene razón, entre los alumnos de la academia siempre ha existido una rivalidad por quien tiene más poder, siempre he sabido cómo lidiar con eso, pero tarde o temprano alguien vendrá por mí.

—Prefiero estar muerta antes de aliarme a alguno de ustedes u Orestes.

Alex, parece darse por vencido, sabe que no daré mi brazo a torcer, camina en silencio hasta la puerta, pero ante de atravesarla deja sus últimas palabras haciendo eco entre las cuatro paredes.

—Haré que te muerdas la lengua y comas tus palabras Katerina.

Academia de asesinos: Black SwanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora