IV. Miradas indiscretas

26 2 18
                                    

Mar

Es domingo, me despierto pronto aún así, llevo días sin poder dormir más de 2 horas seguidas, y siempre son menos de 6 totales. Así que a pesar de que sean menos de las 9 subo la persiana de mi habitación, sacó unos leggings negros ciclistas y una camiseta ancha del armario y me la pongo, me recojo el pelo, cojo las llaves de casa, los auriculares y el móvil y salgo a correr mientras escucho música. No paro hasta tener el sentimiento de que he quemado más de lo que había comido ayer, paso algo más de 2 horas corriendo y después vuelvo a casa.

Lo primero que hago nada más entrar en casa es abrir el agua de la ducha, desprenderme de mi ropa evitando mirarme al espejo y meterme en ella, me doy una larga ducha y al salir de visto algo cualquiera, me recojo el pelo de nuevo y me siento frente al escritorio. Cojo las acuarelas y las láminas y empiezo a dibujar cuidadosamente como se refleja uno de mis mayores miedos, la comida. Me dibujo en tonos oscuros y apagados frente a un plato de comida, que bajo mi mirada se distorsiona y se vuelve un váter, dónde va a parar toda mi comida cada vez que no puedo evitar darme un atracón. Miro el dibujo al terminar, suspiro, desearía con todas mis fuerzas ser mejor que eso, pero no puedo. Le saco una foto y abro mi cuenta de instagram, no la personal sino en la que la gente desconoce mi identidad, publico la foto y silencio el móvil sabiendo que se llenará de notificaciones. Disfruto más que nadie siendo mínimamente conocida, no por ser conocida, sino porque estoy haciendo lo que me gusta, lo que disfruto y realmente me emociona ver que hay gente que disfruta de lo que a mi me gusta y que lo aprecia, se siente bien. Al cabo de media hora, tras haber agradecido algunos de los comentarios bonitos de mi foto tengo ganas de conocer mundo, de explorar lo desconocido, así que me levanto y me voy al armario, no sé que vestirme así que opto por una opción más bien cómoda, unos vaqueros negros anchos, un top hecho con unas medias de rejilla y sobre él un corset que realza mis pechos el cual aprieto hasta sentir que no puedo respirar para lucir delgada, no cojo ninguna chaqueta, no hace un frío excesivo, así que me calzo mis desgastadas vans negras, cojo las llaves y el teléfono y salgo de casa.

Camino por todo el pueblo, incluso por las zonas más desconocidas y paso la tarde de zona en zona, antes de volver a casa entro en un supermercado donde me compro un agua y un paquete de arándanos, salgo del supermercado dándole el primer sorbo a la botella de agua y emprendo el camino hacia casa. Mi inconsciente reacción al verla es quedarme quieta, no esperaba que paseara por aquí pero ahí está, tan guapa como siempre, con su pelo recogido en una coleta con una pinza, una falda verde, un top blanco y una fina camisa blanca encima; pero no tienes que buscar mucho en su mirada para ver su desesperación y su dolor, porque no hay mejor lenguaje corporal que la mirada. Reacciono cuando se percata de mi existencia y nuestras miradas se cruzan, me parece ver un ligero atisbo de esperanza en sus ojos, pero es difícil de apreciar cuando lo único que soy capaz de sentir es el incendio que está creando nuestra mirada, ese que solo nosotras sentimos. Apenas nos miramos unos 20 segundos, pero se siente como si nuestras miradas se hubieran encajado por toda la vida, aparto la mirada hacia su boca cuando veo achinarse sus ojos y confirmo lo que ya sabía, está sonriendo, lo considero un saludo así que levanto la mano a modo de saludo y ella mueve la cabeza, de nuevo, como un saludo, por si todavía no me he percatado. No puedo evitar sonreír cuando me doy la vuelta y camino hacia mi casa, me paso la mano por la cara y al notar el calor de mis mejillas lo entiendo todo, no sonreía a modo de saludo, sonreía porque sabía que me había ruborizado. Solo quiero que la tierra me trague ahora mismo, le he devuelto un saludo que ni siquiera había recibido, sonrío de nuevo mientras entro a casa.

Dejo las cosas sobre el mueble de la entrada y me tumbo en cama, primero la vergüenza se apodara de mí, después de mi garganta sale un sonido en forma de risa. Acto seguido un escalofrío me recorre al recordar su mirada y, al recordar la intensidad con la que nos mirados no puedo evitar que el calor me invada. Mierda, efectivamente me acabo de excitar con la mirada de una persona. Siento el calor correr por mi cuerpo pero lo ignoro, no me permito darle muchas vueltas tampoco, tengo suficientes cosas para hacer. Con todo esto ni siquiera he ido a comprar nada más que esos arándanos, soy definitivamente la definición de imbecil en persona, suspiro, me levanto y cojo las llaves y el teléfono y salgo de casa hacia el supermercado, maldigo mi suerte al ver a Mark entrar delante mía, es buena persona y es de las pocas que siempre me ha defendido, pero solo espero que hoy no me salude, suficiente vergüenza por un día. Cojo la cesta y entro en el supermercado, meto en la cesta todo tipo de productos de higiene y la comida necesaria, que no es concretamente mucha, y me paro sobre el pasillo de productos dietéticos, suspiro al encontrar con la mirada los laxantes y le doy varias vueltas a si cogerlos, niego para mi misma y me giro hacia el pasillo que está a mi espalda con tan mala suerte que tropiezo con alguien, levanto la mirada y le reconozco al instante. Mark.

Sincericidio Donde viven las historias. Descúbrelo ahora