Introducción

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El joven Charlie estaba sentado delante la puerta del aula de su maestro cuando Tom le encontró:
–¿Qué haces aún aquí? Ya es tarde.
–El maestro está tocando lo mismo que cada noche, sólo le estaba escuchando– se excusó Charlie.
–Ya estamos– suspiró Tom–. ¿Piensa superarlo algún día?
–No creo, ya sabes que es muy sensible.
–Es que joder, antes era un dios y ahora... ahora parece un simple vagabundo– casi gritó Tom con rabia.
De repente vieron una figura menuda acercándose, era Lilly, una joven alumna de catorce años.
–¿Qué ocurre?– preguntó cuando ya estaba a su lado.
–El maestro...-respondió Charlie, con la mirada hacia la puerta.
–¿Pero qué le pasó? ¿Por qué está así?– dijo Lilly.
Tom y Charlie se miraron sin decir nada. La joven, al ver que no obtenía respuesta empezó a abrir la puerta de la sala donde se encontraba su maestro.
–¿Pero qué haces?– se sobresaltó Tom.
–Pues dejar de hablar del maestro a sus espaldas,como hacéis vosotros, y hablarle a la cara– dijo Lilly cerrándole la puerta en sus narices.
Al entrar en la sala, la joven encontró un hombre llorando, un hombre borracho tocando con rabia el piano. Borracho de melodías, de palabras, borracho de recuerdos, de heridas, borracho de soledad. Un hombre joven que aparentaba ser viejo, que su alma se había podrido antes de hora. Con el pelo negro como la noche, corto y despeinado, una barba descuidada de tres días y los ojos más tristes y azules que jamás podrías ver.
Lilly se quedó en una esquina escuchándole discretamente, cuando el hombre acabó de tocar ella le aplaudió.
–¿Qué haces tú aquí?– preguntó él sin fuerzas.
–Sólo quería escucharle, maestro. Su música es hermosa, aunque los sentimientos que transmite son horribles– Lilly se acercó a él, hasta estar a su lado–. ¿Está usted bien?
–Hace siglos que no se lo que es estar bien– gruñó el maestro.
Lilly sabía que no era un hombre feliz, que el dolor se había apoderado de él. Aún así su maestro era un hombre agradable, siempre era educado y sonreía a sus alumnos, a pesar de que su sonrisa era triste, de que sus ojos reflejaban dolor, él intentaba disimularlo, pero por las noches ya no lo quedaban fuerzas. Después de cenar se encerraba cada día en alguna de las aulas de su prestigiosa escuela de música y lloraba cada nota que tocaba.
–¿Qué le ocurrió?– se atrevió finalmente a preguntar tras unos segundos de silencio.
–Es una larga historia, ya muy vieja...
Lilly sostuvo la mano de su maestro, acariciándola suavemente.
–Sé que realmente desea compartir su historia– dijo ella.
El maestro sonrió. Esa niña decidida y descarada le daba una tranquilidad y una seguridad que hacía muchos años que nadie sabía transmitirle. Finalmente el hombre se decidió a contarle su historia:

Melodías muertasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora