Will narra su historia I

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Todo empezó cuando tenía unos veinte años. Para entonces esta escuela era de mi tío y yo empezaba a trabajar en ella como profesor de piano. También tocaba en bares y casas privadas. Todos me consideraban un genio, decían que no debería estar aquí, que debería estar en París o en Viena, donde los genios crecen, pero yo ya era feliz en este lugar. Iba a ser heredero de una escuela de música, podía enseñar a amar el piano a muchos jóvenes, en el bar conocía a gente fascinante y todos me mimaban. ¿Para que quería yo marchar? Recibí algunas ofertas de escuelas en París, pero las rechacé. Muchos me consideraron estúpido por ello, yo mismo a veces me lo considero, menudo ingenuo era.

Una tarde iba paseando por los pasillos de la escuela con Tom, que para entonces tenía unos pocos años más que tú, cuando oí cantar una voz preciosa. Una voz pura y cristalina, como la de una niña perdida en un bosque cantando para ser encontrada, y yo estaba dispuesto a ser quien la hallara. Empecé a correr por los pasillos siguiendo la dirección de la voz, ese sonido me tenía intrigado, debía descubrir de quién procedía.
–¿Will, tío, que haces?– me exclamó Tom.
–¡Calla! Debo encontrar esa voz.
–¿Qué dices ya?- pero estaba demasiado centrado en la voz como para contestarle–. Este tío casa día está más loco-suspiró para si mismo.
Finalmente encontré el aula de dónde venía la voz. Me quedé un par de minutos apoyado en la puerta, pensando una buena excusa para irrumpir en la clase. Finalmente entré. Lo primero que vi fue una joven de unos diecisiete años. Alta y delgada, aunque con unas curvas preciosas. De tez pálida como una mañana de niebla. Sus ojos eran turquesa, como un océano iluminado por el sol, puro y limpio. Sus labios, a pesar de no estar maquillados, tenían mucho color y eran carnosos, cualquiera, con sólo verlos, desearía morderlos. Sus rasgos eran suaves y delicados, como si los hubiera pintado el mejor de los pintores. En definitiva, esa chica era una obra de arte. Me quedé embelesado mirándola.
–¿Will, querías algo?– preguntó Anne, la maestra de canto y solfeo, al ver que no reaccionaba.
–Sí, perdón. Tom no recuerda a que hora tiene clase contigo, por eso he venido, a preguntar y tal– me inventé patéticamente.
–A las seis. ¿Eso es todo?
La joven permaneció toda la conversación callada y mirándome fijamente. Observé las partituras que cantaban.
–¿Sólo cantáis piezas clásicas del renacimiento?– pregunté.
–Sí, es lo que nos ha pedido su padre– respondió Anne algo impaciente.
–Su voz quedaría mil veces mejor con música moderna– dije decepcionado.
–Sí amor, tienes toda la razón– dijo la maestra irónicamente–. ¿Ahora podrías irte? Tengo una clase que dar.
–Oye, si quieres disfrutar de verdad de la música ven esta tarde al aula cinco, te estaré esperando– dije mirando a la joven.
–Deja de despistar a mis alumnos y vete ya– dijo Anne empujándome fuera del aula.
Al salir del aula me quedé sorprendido conmigo mismo, ¿por qué narices le dije eso a la chica? Ella no sabia quien era, ¿quien me haría caso? Creía haber quedado como un imbécil, aún así seguía fascinado con su voz.
–¿Y esa cara de gilipollas? Ah, no, se me olvidó que es tu cara habitual– habló Tom. Ni siquiera me había dado cuenta de que estaba allí.
–Calla, estoy reflexionando acerca de mis actos.
–Perdone usted– dijo Tom sarcástico.
Tom es de las personas más antipáticas que he conocido, pero de las pocas que realmente están a tú lado y se preocupan por ti. Sólo es una máscara, se hace el duro para que no puedan dañarle,porque la mejor forma de no ser herido es fingir que nada puede hacerte daño.
Esa tarde fui al aula cinco y empecé a tocar el piano. Estaba convencido de que la joven de ojos oceánicos no aparecería, pero necesitaba comprobarlo. Cuando debía llevar una hora tocando oí que alguien llamaba a la puerta.
–Pase– grité des del piano.
La puerta se abrió lentamente y apareció ella, con una tímida sonrisa.
–Hola– saludó flojo. Su voz hablando era casi tan preciosa como cantando.
–Hola– dije algo nervioso–, siéntate si quieres.
Tomó sitio a mi lado, delante del piano.
–Por cierto, ¿Cómo te llamas?– pregunté.
–Elisabeth. ¿Y tú?
–Yo soy Will, encantado– dije ofreciéndole mi mano con una sonrisa.
Ella me la cogió con timidez. Sus manos eran menudas y suaves.
–¿Quieres intentar cantar esto?– dije teniéndole una partitura. Era una obra sencilla para voz y piano.
Ella miró la partitura y asintió. Empecé a tocar los acordes y ella entró en el momento exacto. Su voz, junto al piano, sonaba aún más preciosa.
–Tus cuerdas vocales no son normales– comenté cuando terminamos la obra.
Elisabeth dijo un gracias flojito, con timidez.
–¿Alguna vez has intentado cantar Rock n' roll?
–No, mi padre dice que es música para tarados y putas– dijo sorprendida por atreverse a decir una palabra obscena.
–A mí siempre me dicen que estoy loco, así que el tarado ya le tenemos. ¿Quieres intentar ser tú puta durante tres minutos?– pregunté mientras le daba una partitura.
Temí que no se tomara el comentario como una broma y se ofendiera, pero finalmente cogió la partitura.
–Vamos a ser putas– dijo sonriendo.
Estaba perdiendo su timidez y empezando a ser ella, eso me gustó.
La obra quedó preciosa, ya que su voz lo era, pero claramente no estaba hecha para el Rock, le faltaba energía, rebeldía. Así que decidí probar con algo de Jazz.
–Prueba a cantar esto–decía mientras le daba la partitura. Al instante ella empezó a mirarla–. Es un blues. Debes cantarlo con algo de tristeza, pero sobre todo con sensualidad. ¿Estas lista?
Ella asintió. Esta vez me sorprendió mucho. Su voz era suave y delicada, pero a la vez desprendía una sensualidad impresionante. Necesitaba perder la timidez, pero estaba claro que servía para esta música. Fue espectacular.
–Sabes mucho de piano– comentó ella–. ¿Cuántos años llevas tocándolo?
–Muchísimos. Ya de muy pequeño me gustaba aporrear el piano y mi tío al observarlo decidió enseñarme en serio alrededor de los seis años.
–¿Tu tío es músico?
–Sí, es el director de la escuela, por eso soy profesor de piano de los más pequeños, soy un enchufado– dije sonriendo.
–¿En serio?– exclamó sorprendida- No lo sabía, creía que era un alumno más. Perdón por no hablarle de usted.
–No hace falta, prefiero ser tratado de tú, aún soy demasiado joven– dije bromeando.
Miré el reloj y observé que se nos había hecho muy tarde.
–Ya es la hora de cenar. Cuando quieras repetir avísame– le comenté.
–¿Mañana podríamos?
–Por supuesto.
Ella se levantó de su silla y se acercó a la puerta.
–Hasta mañana– dijo antes de salir.
–Buenas noches Elisabeth.

Melodías muertasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora