Will narra su historia IV

124 20 0
                                    

–¿Tú y yo... Qué somos?– le pregunté esa tarde a Elisabeth entre beso y beso.
–No sé– me dio un suave beso–, dímelo tú.
–¿Somos pareja?
–No, nunca me has pedido salir– respondió con una sonrisa pícara.
–¿Quieres que seamos pareja?
–¿Tú que crees?– dijo justo antes de empezar a besarme con pasión.
–Me lo tomaré como un sí– sonreí cuando acabó.
Y denuevo nuestros labios volvieron a tocarse. Poco a poco me atreví a desabrochar los botones de su vestido uno a uno, sin prisas. Fui moviéndome lentamente desde sus labios, bajando por su cuello hasta acabar besando sus senos. Finalmente acabé de quitarle el vestido. Desnuda aún era más preciosa. Iba lentamente presionando sus teclas, aprendiendo a tocarla. Exteriormente era como un extraño instrumento que nunca habían tocado mis manos y su interior era como una melodía lenta, pero complicada, y la fui conociendo nota por nota.
Tal vez alguien encuentre insultante comparar a un ser humano, a una mujer, con un instrumento, pero créeme que es el mejor cumplido que soy capaz de hacer a alguien.Para un músico lo más importante del mundo es su instrumento. Para mi lo más importante era el piano y sobretodo ella.
Recorrí todo su cuerpo entero y ella lo hizo con el mío. Nuestra piel acabó recubierta de besos y mordiscos. Eso es lo único que he conocido que fuera mejor que tocar el piano. Y no me refiero al placer, me refiero a la sensación de sentirse querido, nunca me había sentido tan acogido como entonces. Esa tarde pasó a ser noche, y por una vez la hora de la cena no nos detuvo.

Melodías muertasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora