Will narra su historia II

247 21 0
                                    

El día siguiente volvió, y el otro, y el otro. Cada tarde volvía a la misma hora, a la misma aula. Y hacíamos música juntos, y nos íbamos conociendo. Descubrí que tras esa timidez había una chica atrevida y divertida, que su madre murió al parto, que su padre era muy estricto con ella, que la quería perfecta, que ella luchaba por serlo y eso la agotaba, que vivía en la escuela, como muchos alumnos, pero su padre la obligaba a visitarle cada día, que odiaba los compromisos, las promesas y todo lo que pudiera cortar sus alas, que necesitaba volar, que luchaba sin descanso por un gran futuro. La descubrí, igual que un niño pequeño va descubriendo el mundo que le rodea. Y cuanto más la descubría, más me fascinaba.
Llevábamos semanas quedando, unos pocos meses. Ese iba a ser un día más, pero el aula estaba ocupada.
–Oye, en mi habitación tengo un piano de pared. ¿Quieres que toquemos allí hoy?– me ofrecí algo tímido.
–Claro, como quieras.
Subimos hasta la planta donde estaban todas las habitaciones y la conduje hasta la mía.
–Te ofrecería una silla, pero como ves no tengo ninguna a parte de la del piano- sonreí-. Siéntate al lado de la cama que está más cerca del instrumento, si te apetece.
Ella se sentó y empezamos a tocar. Había mejorado mucho respeto a expresarse. Había aprendido a expresarse con la voz y ya no estaba quieta cuando cantaba, se movía, se movía realmente bien y en ese momento me lo estaba demostrando. Tenía a Elisabeth moviéndose por encima de mi cama. Fue uno de los pocos momentos que estaba más atento en mirarla que en escucharla. Al fin y al cabo era la primera vez que tenía a una mujer sobre mi cama, aunque no fuera del modo que yo deseaba. Hasta ese momento había estado demasiado ocupado con el piano como para pensar en mujeres. Elisabeth llevaba un vestido algo escotado y cada vez que se agachaba podía verle ligeramente los senos. Lo sé, debo sonar como un pervertido, pero créeme que no observé esa escena de ese modo. No era una escena pervertida, era una escena de sensualidad artística, una escena bella, de las que te calientan más el alma que el cuerpo. Toqué la canción sin darme cuenta, de forma inconsciente, porque yo sólo estaba atento en mirarla. Al acabar la obra se acercó en posición de gateo hacia mí.
–¿Te ha gustado?– susurró muy cerca de mi cara.
Si su voz ya era preciosa hablando imagínate como debía ser susurrando. No era la primera vez que me susurraba, era algo que me encantaba, pero esa vez me podía, ella me había vencido.
–Me ha encantado– respondí en el mismo tono inconscientemente.
Elisabeth se quedó callada aún muy cerca de mí. Notaba su respiración, el aire de su interior me acariciaba la piel con calidez. Poco a poco me fui acercando inseguro hacia su rostro. Observé que ella también se acercaba, eso me dio seguridad. Finalmente acabé con todo el aire que nos separaba, dejando llevar nuestros cuerpos por la gravedad. Mis labios rozaron los suyos, con miedo, con mucho miedo a no poder rozarlos nunca más. Ella sostuvo mi cabeza con ambas manos y me besó. Un beso largo y apasionado. Al cabo de unos minutos nos apartamos para coger aire. Nos miramos mutuamente . Elisabeth sonreía, pero no era la sonrisa que conocía, era una sonrisa distinta, más bella, más feliz. A los pocos segundos volvimos a besarnos. Nos pasamos toda la tarde así, entre beso y beso, sin apenas respirar hasta la hora de cenar. Nunca me había sentido tan feliz ni tan asustado como entonces. No sabía que pasaría después de eso, no sabía si ella me quería o había sido sólo un capricho, no sabía si la había ganado o la había perdido. Al salir de la habitación no nos dijimos nada,continuamos como si nada hubiera pasado. Me sentía mareado por la emoción, mi mente se había fragmentado por unas horas.

Melodías muertasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora