Will narra su historia VIII

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Pasaron unos días sin que nadie viera a Elisabeth. Llamaron a su habitación cada día, pero no obtenían respuesta y la puerta estaba cerrada con llave. Su padre vino a la academia a preguntar por su hija, ya que llevaba días sin que fuera a visitarle. La mayoría pensaron que estaba enferma y por eso no salía de su cuarto. Yo pensaba que simplemente se estaba recuperando de las palabras que le dije. Mi tío me obligó a ir a su habitación y si era necesario abrir la puerta a la fuerza. Al principio me negué a hacerlo, pero él consiguió imponerse y finalmente me dirigí a su cuarto. Llamé a la puerta, pero al no obtener respuesta forcé la cerradura. Y allí estaba ella, en medio de la habitación. Muerta. Sus brazos, igual que su vestido, estaban rojos por la sangre seca y llenos de heridas que atravesaron sus venas en pedazos. Había una silla en el suelo y sus pies estaban en el aire. Una soga rodeaba su cuello. Es la imagen más horrible que he visto en mi vida y jamás podré olvidar ni un solo detalle de esta. No supe si había muerto desangrada o por la soga, aunque eso no era realmente importante. Simplemente había muerto. Se había suicidado. Encontré una nota en su mesita de noche. Me aterrorizaba desplegarla y leerla, pero finalmente lo hice:
"Adiós Will,
ya me he ido, como tú dijiste. Ya no volveré a molestarte.
Te quiere,
Elisabeth."
Se había suicidado por mi culpa. La había matado. Ella sólo era una chica rota que había ido recogiendo sus pedazos y yo hice que los soltará, la acabé de romper. Pretendí cortar sus alas sin entender que los ángeles no están hechos para vivir en la tierra. No comprendí que ella lo era todo y yo no era nada y la maté, y me maté...

Melodías muertasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora