Capítulo 3: El encuentro

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Cara. Una cara puede decir mucho de una persona, al igual que sus acciones, su forma de expresarse y de ser. Todo empezó en una mañana, y debió ser diferente esta vez ya que todos mis amores empezaban de noche. Ya habíamos desayunado y después fuimos a nuestros cuartos para cepillarnos los dientes. Cuando regresamos, vi a Catalina —mi amiga anoréxica—, sentada en el comedor con Estefania —mi amiga con trastorno bipolar—. Me senté con ellas y empecé a ver televisión. Volteé a mi izquierda y vi un tipo: linda cara, buenas piernas, corte de cabello estúpido, ojos matadores, sonrisa maravillosa; ¿lo primero que pensé? "Aléjate de él, te romperá el corazón". Y creeme, cariño, eso hice, eso intenté con todas mis ganas, pero tú eras terco y yo era fácil de convencer.

—Hey —dijiste.

Volteé.

Y volteé instantaneamente hacia el televisor para no sonreirle. Te digo algo, y odiaba mucho ese lugar, quería salir lo más rápido de ahí, pues no entré ni para conseguir novio ni amigos ni a nadie, no quería a nadie, solo quería cortarme y ser herida, no necesitaba a nadie, pero solo fui donde esta psiquiatra y ella dijo que necesitaba estar hospitalizada y ahí estaba. Encerrada. En mí misma. En ese lugar.

—Hey... —insistías— ¿por qué eres tan creída?
—No lo soy —dije sin quitar la vista al televisor.
—Que pereza con estos hombres —me decía Catalina—. Todo el tiempo con ese asco de música. Ven, Jessica, vamos a ver si nos la cambian.

Me dirigí con ella con el enfermero que tenía la radio. Me senté en un escalón al lado de ella y vi como cambiaron de música, entonces disfruté de la música y el aire. Hasta que...

—Tú y yo tenemos algo pendiente —dijo él.
—¿Ah, sí?
—Sí.
—Mm...
—¿Cómo te llamas?
—Jessica, ¿y tú?
—Yo me llamo David, pero mis amigos me dicen Jerry.
—¡Qué interesante! —que se note mi ironía.
—¿Y por qué estás aquí?
—Tengo un trastorno psicótico y esquizofrenia paranoide.
—Ah.
—¿Y tú?
—Yo estoy aquí por vicioso y agresivo.
—¿Ya has estado aquí antes?
—Esta es mi tercera vez.
—Ah.
—¿Y tú?
—Primera vez.
—Hey. ¿No te han dicho que tienes unos labios hermosos?
—¿La verdad? Sí, muchas veces.
—¿Y me vas a dejar besarlos?
—No.
—Ahhh. ¿Y por qué no? Siendo que tú eres tan linda.
—Sí, claro, como digas.
—¿No me crees?
—¿Qué? ¿Creíste que con un patético alago me iba a dejar de ti?
—¿Qué quieres decir?
—Quiero decir que eres como todos. Y nada de lo que hagas va a cambiarlo.
—Uy. Bueno, si eso es lo que crees. Pero, ¿sabes qué? Todo bien. Y yo no soy como todos.

Se paró y se fue.

Y a la larga tengo que admitir que tenía razón. No era como el resto. Aún no sé si eso es bueno o malo. A veces era mejor que el resto, pero otras veces era peor que el resto y eso es lo que más me ponía mal porque los dos sabíamos que él era una interesante persona pero se dejaba llevar por muchas cosas, cosas que no quiero enunciar pero que son esenciales tenerlas en cuenta, que a la larga ya se darán cuenta ustedes mismos.

Amor de locosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora