Futuro destino al 𝑐𝜎𝑟𝛼𝑧𝜎́𝜋

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Los árboles se tornaron en un brillante verde cálido y junto a los pájaros cantores Andrea disfrutaba de la frescura del campo. El cielo era rosado, naranjo, amarillo, verde, un arcoíris. Pero no bastaba la presencia de la perfección cuando lloraba alrededor de las flores y las rosas, lloraba frente al paisaje más hermoso y familiar.

Su hogar.

- Mija- la llamaron por detrás. Al voltear vio a su abuela. Sentada en esa viejo futón burdeo que alguna vez en la vida sus padres le habían regalado.

- Abuela...- la llamó acercándose a ella levantando con ambas manos su largo y rojo vestido de graduación-. ¿Realmente tú...?
- Sí, mija... ¡Oh! Qué linda estás. ¿Te teñiste el cabello?
- Sí, pero ya va por las puntas- respondió y la abuela Olga con sus chuecos y larguchos dedos los tocó admirándolo-. Te queda el color, muy bonito.
- Oiga, ¿usted...?
- Sí, mi niña. Así es. Tranquila, ya no seré una carga. Estoy bien, pues aquí es maravilloso. Así que no tienes de qué preocuparte.

Andrea aguantó las lágrimas y tragó saliva. Sus puños estaban apretados conteniendo todo lo que sentía.

- Tú nunca ¡nunca! fuiste una carga, vieja. Y no estoy tranquila ni estoy bien porque no pude ir por ti, porque yo quería...
- Lo sé, mi niña- la interrumpió y tomó delicadamente sus manos, luego levantó una para acariciar la mejilla de Andrea-. Te has esforzado mucho, lo he visto y estoy agradecida de todo lo que has hecho por mí. Es una pena que no haya alcanzado a gozar todo lo que me tenías preparado, pero yo ya no estaré y es hora de que gozes tú. No te preocupes por mí, ya estoy vieja ¡y muerta!- rió y le entregó el bordado de una rosa como del último día en que la vio.

Andrea la abrazó y lloró por última vez en sus brazos. Olió su chaleco de lana y recordó cuando se acurrucaba con su abuela al extrañar a su mamá. O a su papá. Cuando se rasmiñaba las rodillas y temía por desangrarse entera o cuando tenía pesadillas y se pasaba a su habitación a mitad de la noche. Y le cantaba esa canción que justamente en ese momento comenzó a tararearla.

- Mira hacia el cielo
y olvida ese lánguido temor
que fue permanente emoción- Andrea sintió unos dedos peinarle el cabello y de a poco sintió todo lo que alguna vez anheló, contención-. Aaah fue permanente emoción. Aaah tu pelito y tus ojos de miel, pero ya en tu pecho florecerán colores
de amor.

Andrea respiraba cada vez más lento y no tuvo tiempo de darse cuenta cuando cerró los ojos en un ambiente adormecedor.

— Te amo, mi niña— susurró y sintió un leve y suave beso en el medio de la frente. Un beso sanador.

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- Cariño, llegamos. Oye, Andru. Es hora de levantarse- escuchó media dormida a Hugo que le tocaba el brazo con delicadeza para despertarla-. Hey, llegamos.
- Mmmhhh... ¿a dónde?
- A casa.
- ¿Qué casa?
- A la del campo.
- ¿Campo? ¿En serio?- abrió apenas los ojos y bostezó, hasta que tomó el peso de lo que Hugo acababa de decirle y sintió todo todo su cuerpo estremecerse-. Espera, ¿¡qué!?

En lo que Andrea pudo se destapó lo más rápido posible y con una bata y un moño desordenado con el cabello por todas partes corrió hacia la puerta de la motorhome y salió a comprobar que la verdad realmente estaba delante de sus ojos. Y sí, fue así que vio aquella casa que no veía desde sus dieciocho años. Hace cuánto se preguntó: ¿diez, doce años? Que había huido de la casa de su abuela Olga.

En Mi Memoria ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora