P R Ó L O G O

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Él acaricia mi cabeza con cariño y desliza una de sus manos por encima de mi cuello con la intención de crear un camino hacia mi pecho, en donde aprieta con dos de sus dedos una de mis tetillas, ejerciendo la fuerza necesaria para hacerme soltar un pequeño quejido y, del otro lado; roza su nariz con la parte trasera de mi oreja antes de presionarse un poco más hacia mí. Escucho un pequeño suspiro de su parte y eso me hace imitarlo en un lento movimiento, al mismo tiempo de que me incita a girar mi rostro hacia él, aunque, sin embargo, pronto jala mi cabello hacia la dirección contraria, fijando sus ojos claros en mí con un brillo muy fuerte y centelleante cubriéndolos.

—Sí es verdad que tienes un cuerpo sensible. No puedo ni siquiera llegar a tocarte en las partes más justas y ya estás suspirando. Eso... podría decirse que es una de las cosas que me obligan a actuar así frente a ti —hace un repaso por todo mi rostro hasta detenerse en mis labios, en donde presiona su dedo con suavidad—. Te veo y siento que tienes un alma salvaje dentro de ti. ¿Piensas lo mismo?

Ante eso, yo me quedo en silencio unos segundos, contemplando las gotas de agua que se deslizan por su rostro y la forma en la que su negro cabello se le pega a la cara en un acto inevitable. Sus palabras... cada una de sus palabras logran tocar algo dentro de mí, y por algún motivo, también revuelven varias cosas en mi cabeza.

—¿No puedes decir nada? —susurra sin quitarme la mirada de encima, a lo que yo desvío la mía, sintiéndome avergonzado de repente.

—Si yo tengo un alma salvaje, entonces... ¿Qué tienes tú? —mascullo bajo, observando sin mucho interés su pecho, ya que no me atrevo a enfrentarlo directamente.

Al escucharme, noto cómo él relame sus labios y esboza una pequeña sonrisa diabólica.

—Es tu deber averiguarlo, ¿no crees? Pero si esto no es suficiente... ¿Qué podemos hacer al respecto? —acaricia mi abdomen en un roce muy suave, tentador, y luego se acerca a mi oído al ver que trago saliva, algo inquieto—. ¿Sabes? El hecho de que puedas estirarte fácilmente me hace pensar en muchas situaciones —susurra en un tono seductor, a lo que yo intento apartarme un poco de él, aunque es en vano, ya que no afloja su agarre en mí. Al contrario, hunde sus dedos en mi piel y muerde el lóbulo de mi oreja, preparándose para hablar—. Podrías estar totalmente expuesto ante mí, abriéndote, también echándote sobre la pared y dejándome ver todo de ti... y debes saber que mi cuerpo se prende de sólo imaginarte así junto con tus mejillas sonrojadas. Fantaseo con escucharte jadear, pidiéndome que pare, porque tienes vergüenza de admitir que, cuando mis manos te estimulan, logran enviarte a un trance erótico completamente distinto al que te puedas figurar. Pero no te sientas mal, porque puedo decir con seguridad que sería la primera vez que yo desearía involucrar más que solamente lo material. Tú... puedes estar seguro de que, siendo simplemente como eres, consigues revolucionar el cosquilleo en mis manos que buscan un lugar en dónde encajar.

Mientras suelta ese tipo de cosas, este chico me contempla dulcemente, girándome un poco para quedar a medias frente a él. Empieza a presionar su rodilla sobre mi entrepierna, y también toca a palma abierta la zona de mi pecho y mi hombro izquierdo, haciendo un leve baile con sus dedos. Yo sigo sus movimientos con atención, tragándome el nudo en la garganta mientras siento lo insistente que está su pierna sobre mí. Llegados a este punto, todavía no logro entender cómo es posible que, con una simple caricia, las personas se vuelven brutos del placer y desean obtener privilegios ilícitos que se encontraban únicamente en su imaginación. La mente humana es peligrosa, demasiado cuando comienzas a dejar que gobierne sobre ti y encabece un rumbo propio que puede dirigirte hacia la orilla de un incomprensible acantilado, el cual es famoso por ser la mayor y más codiciada atracción en este viaje de emociones. Un abismo que muchos buscan evitar, y que de igual forma logra desarrollar el anhelo de tirarse sin miedo hasta él.

Es como una pequeña trampa que pone una de tus personalidades para que la otra caiga en ella.

—¿Cómo no puedes tener miedo? —es lo que pregunto en un susurro muy bajo, teniendo la intención de que él no logre escucharlo.

Sin embargo, justamente estamos hablando de alguien que tiene cada uno de sus sentidos más desarrollado que los demás. Incluso yo, no encuentro la forma adecuada de describir lo extraordinario que llega a ser su discernimiento.

—¿Miedo...? —baja la mirada en un movimiento sereno, quedándose en esa posición por unos segundos en los que esboza una pequeña sonrisa, como si le divirtiera todo esto. Al cabo de un rato, él fija sus ojos en mí, transmitiéndome una seguridad que lo caracteriza todo el tiempo, analizándome y penetrándome con esos orbes tan capaces de todo—. ¿Cómo es posible tenerle miedo a algo que puedes controlar? Es decir, es posible caer ante él, pero sólo si dejas que te someta.

Frente a eso, yo tenso la mandíbula y aprieto la boca al sentir que tiembla, ya que la manera en la que estira sus labios me resulta aterradora, de una forma sutil, y también inexplicablemente sensible, al mismo tiempo. Y sólo cuando dejo de percibir la luz fácilmente, cuando me rindo ante la oscuridad y lo único que puedo notar es el movimiento de su mano al dirigirse hacia mi rostro con la intención de tomarlo en un puño, puedo llegar a pensar que;

Asumimos que estamos predestinados a personas, lugares y situaciones.


Pero esas personas, lugares y situaciones podrían no estar predestinadas a nosotros.

OSADO Y SINVERGÜENZADonde viven las historias. Descúbrelo ahora