CAPÍTULO 3

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Sin lugar a dudas y como se había previsto, esa noche no dormí ni medio segundo.

Todo lo que hice fue pensar a oscuras sin tener indicios de querer cerrar los ojos. Mi mente estaba tan activa que me fue difícil separarme de la cama cuando amaneció y tenía que levantarme para prepararme. Aun así, las probabilidades de que mágicamente mi cabeza volviera a su calma natural quedaron encerradas en una cajita sin intención de salir cuando me fui de casa y me encaminaba a la estación. De verdad, no sé cómo pude sobrevivir ese día en la escuela. Todos se preguntaban sobre mi estado, y yo sólo podía parpadear a medias como si fuera gato para comunicarme por medio de miradas.

Penélope y Kiki deben estar orgullosas de mí.

Para mi pesar, o tal vez buena suerte —no sabría cómo decirlo exactamente—, al parecer Anson se tomó muy en serio eso de darme mi espacio para pensar y analizar las cosas. El muy descarado no tomó la iniciativa de hablarme incluso estando en el mismo lugar con todos los demás, y por supuesto, yo tampoco tuve el propósito de hablarle; pero no porque me molestara lo que hizo, sino que todavía no encontraba las palabras para dirigirme a él después de todo lo que pasó. Me hallaba en un dilema con mis propios pensamientos y emociones, y no esperaba que él se encargara de arreglar la situación porque de eso tenía que encargarme yo mismo.

Es como si estuviera admitiendo que yo era la mecha y él el fogonazo. Ese chico indudablemente encendió el desastre dentro de mi gasolin... perdón, mi cabeza.

El asunto es, que las cosas se alargaron más de lo esperado, y ya ha pasado una semana desde el incidente. Pareciera como si nada hubiera cambiado entre nosotros, como si eso no hubiera pasado, sacando de lado que no nos dirigimos la palabra directamente. Sin embargo, algo en el grupo ha cambiado un poco, y es que se nota que Anson ha preferido pasar más de su tiempo con nosotros que consigo mismo. No es como si siempre hubiera estado solo y encerrado dentro de él como un marginado, sino que a veces prefería caminar por su propia cuenta, y hablar con los demás de vez en cuando. Tal se ve que disfruta de tener un equilibrio entre el tiempo que nos dedicamos a nosotros mismos, y el que le dedicamos al resto, en general, o así lo veo yo desde mi punto de vista. Pero contando los días que he tenido para calmarme, no he logrado hacerlo ni por un pelo. Todavía sigo en blanco, y es que el recuerdo de su sonrisa seductora al lamer sus dedos de esa forma no se borra de mi mente.

En serio, necesito ir a purificar mi alma a una iglesia pronto, o el demonio de Anson extraerá todo de mi ser sin que yo pueda replicar al respecto.

—¿Todo bien? —Callen se sienta a mi lado en la banca.

—¿Eh? Sí... —le echo un pequeño vistazo, y vuelvo la vista hacia el patio del colegio. Nos encontramos en la azotea de la parte trasera del segundo piso del colegio, desde donde se puede ver gran parte del campo y a los estudiantes que se encuentran dispersados en pequeños grupos en diferentes lugares. Necesitaba pensar un poco alejado de los chicos acerca de lo que voy a hacer hoy, porque se supone que debemos entregar la investigación y no sé si Anson terminó o no de hacerla. Aunque no debería preocuparme mucho sabiendo que es de los mejores estudiantes en todo el colegio.

—Te fuiste solo de repente y quería ver qué tenías. Te he notado algo extraño estos últimos días —habla Callen. Puedo reparar desde el rabillo de mi ojo que me mira fijamente, lo que me resulta un poco incómodo.

—Ah, ¿sí? No me había dado cuenta —miento sin mirarlo. No le he contado nada y no tengo intención de hacerlo porque no me sale. Sé que no le dirá nada a nadie, pero Callen puede querer meter sus narices en el asunto y no quiero que nada se vuelva incómodo para todos.

—No te habrás dado cuenta porque tienes la cabeza en otra parte. A ver, ¿qué pasa? Cuéntame —se inclina hacia atrás y se apoya en las palmas de sus manos.

OSADO Y SINVERGÜENZADonde viven las historias. Descúbrelo ahora