Capítulo I

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   Hace 2.200 años existió un ser conocido por su gran poder, un poder que de haber caído en manos malignas hubiese condenado al mundo entero con un solo movimiento de su dedo; algunos incluso llegando a considerarlo como el ser que logró conquistar el pináculo de la omnipotencia. Con un poder mágico inigualable, capaz de crear una réplica idéntica del sol cuando quisiera y sólo por capricho, con la fuerza suficiente como para poder partir el planeta en miles de pedazos con un único puñetazo en su máxima potencia, y con un intelecto excepcional, logrando, sin quererlo, leer por completo a una persona como si fuese un libro, desde sus intenciones, sus verdaderas emociones, sus pensamientos y la manifestación de su aura.
     Para la suerte de todas las especies existentes, éste ser equiparable con un dios, no poseía ni un poco de maldad en su corazón y jamás dejó que su poder lo corrompiese por dentro. No le interesaba la idea de hacerse con el control mundial aún teniendo todas las circunstancias a su favor para poder lograrlo, ni tampoco el imponer su poder frente aquellos que no podían hacer nada para confrontarlo; él sólo quería tener una vida llena de tranquilidad y paz, conformar una familia y vivir hasta el último de sus alientos habiendo experimentado el concepto de la genuina felicidad. Sin embargo, al poseer un inconmensurable poder, solía ser temido por la mayoría de las especies, incluidos humanos e incluso los demonios. No era necesario que éste mostrara sus habilidades para hacerle saber a los demás que se encontraban ante un ser mucho más allá del entendimiento y capacidad de cualquiera, con un aura tan cargada de rigor y fuerza, era imposible que a los que se encontraran a su alrededor no los invadiera una presión aplastante, una sensación de peligro inminente que sólo el sexto sentido podría reconocer y te incitaría a apartarte lo más lejos de él sin que éste siquiera voltease a mirarte, ese instinto de supervivencia que sólo se activaba al momento en que tu cuerpo reconocía estar frente a alguien que te superaba en todos aspectos y que podría acabar contigo en un parpadear... ésta encarnación de la omnipotencia era capaz de crear todas esas sensaciones a sus prójimos con nada más que su presencia, consiguiendo inclusive que se le fuera otorgado el apodo de "El imbatible", ya que no había ser, persona o demonio capaz de rivalizarle, y era que al ser idealizado como un dios, se creía popularmente que sólo una deidad, igual o más divina que él, podría hacerle frente.

    En aquella época ese ser se dedicó a la herrería, y aún en tiempos de la actualidad sus obras eran consideradas hazañas irreplicables puesto a que sus armas jamás perdían el filo o se desgastaban, misma razón por la que fueron muy preciadas durante temporadas de guerra, y por la cual todo el mundo quería tener aunque sea una de éstas en su poder. Sin embargo, evitando el sin fin de desastres que ocasionaría entregarle estás armas tan especiales a toda persona que pudiera comprarlas, "El Imbatible" impuso una política propia, y ésta consistía en que no le vendería sus obras a cualquiera que llevara consigo malas intenciones de por medio, y era que no había criatura viviente capaz de engañarlo, pues éste, aún de manera involuntaria, podía identificar el aura de cualquiera sin importar cuantos trucos mágicos rastreros utilizara para cambiar su naturaleza... él sabía perfectamente quién poseía un alma justa y quien no, quién era merecedor del fruto de su esfuerzo y quién lo utilizaría para la desgracia del mundo.
     Durante su vida fue solicitado incontables veces para recibir el cargo de "general del ejército del reino", uno de los cargos de más alto prestigio para esa época, un rango casi comparable al de un rey. Un puesto que le ofrecían sin que éste cumpliese en su totalidad los requisitos reales que formaban parte de las consignas establecidas desde siglos por el reino, pues su poder era tal que no necesitaba mérito alguno para ser merecedor de tal honor, pues en todo el reino se reconocía que "El Imbatible" además de poseer ese gran poder, también era todo un maestro en el combate con armas. Más cada vez que le ofrecían dicho título, éste contestaba que no tenía el más mínimo interés en ocupar puestos honoríficos que tuvieran que ver con armas y violencia, ya que a él no le gustaba causarle daño a alguien sin un motivo realmente válido; tantas fueron las veces que lo rechazó que un día fue el mismo rey en persona a pedirle que se uniera al ejército, tratando de persuadirlo de su decisión diciéndole que si lo hacía, él como rey que era, le daría todas las tierras y riquezas que quisiera. Pero "El Imbatible" se negó rotundamente y le contestó al rey:

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