Capítulo 3: Ella

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El día amanece claro y sin nubes en el horizonte y eso en este lugar sólo puede significar una cosa: sucederán cosas maravillosas. Me apresuro a vestirme y salgo en dirección al hotel.

Mis padres son los dueños de la única posada de Diamond Bay, "The Brightest Diamond Inn". Es una casona preciosa a pocos metros de la playa construida en madera y ladrillo, con un ventanal amplísimo en el salón comedor que da a la bahía y te transporta a otra dimensión mientras disfrutas de un aromático café y la mejor pastelería del pueblo. Cada sábado sacrifico mi elaborado desayuno de cereales con leche para compartir las mañanas con ellos y ocupar mi puesto en la recepción.

Nada más cruzar la verja de entrada, el delicioso perfume del pan recién horneado y los pastelitos con crema me envuelve y me arrastra a la cocina. Como era de esperar, mi madre está enfundada en su delantal de volados rosados frente a un desfile de tartas y panecillos, preparando las canastas y bandejas para servir el desayuno a los huéspedes.

— Buenos días, mamá — la saludo, plantándole un sonoro beso en la mejilla y robando un panecillo de una de las fuentes.

— Buenos días, cielo. Me encargué de dejar libre tu mesa favorita así que ve a sentarte que enseguida estoy contigo.

La pellizco cariñosamente en la cintura y la dejo hacer en paz.

Amo desayunar aquí todos los sábados, mirando las olas rompiendo con suavidad contra las rocas y removiendo la arena de la orilla, trayendo caracolas en cada viaje a modo de ofrenda. Sé que hay gente que cree que al cabo de cierto tiempo ya deja de ser emocionante, pero para mí siempre será especial, a pesar de hacerlo desde que tengo uso de razón.

Cuando el reloj marca cinco minutos para las nueve de la mañana, me ato una coleta alta, coloco la tarjeta identificatoria con mi nombre en el frente de mi suéter y me ubico detrás del mostrador. Si bien siempre trabajé en la posada, desde que terminé la universidad hace dos años que lo hago de manera formal durante los fines de semana para que mis padres puedan visitar el mercado, ocuparse de la casa o simplemente descansar unas horas. Suelen dejarme a cargo junto con Dylan, mi hermano mayor, y Monica, quien se ocupa de la limpieza y el orden de las habitaciones, después de servir el desayuno y regresan cerca de las tres para que pueda asistir a mis clases de ballet.

La danza es otra de las cosas que ha estado en mi vida desde que tengo memoria. Mis padres siempre dicen que comencé a bailar casi al mismo tiempo que a caminar y que ni bien pude expresarme con palabras de manera clara les pedí que me anotaran en alguna clase. Para mí bailar es casi tan importante como respirar.

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La señora Deveraux me recibe con una sonrisa. He tomado clases con ella en el estudio de la calle principal de Diamond Bay por los últimos quince años. Conoce cada músculo de mi cuerpo, anticipa todos mis movimientos y hasta puede percibir mi ánimo cada vez que cruzo la puerta del salón y elige la música adecuada para que la presentación sea perfecta.

Un año atrás había cruzado estas puertas para enfrentarme al mayor desafío de mi vida.

—Sabes qué día es hoy, ¿cierto, Lilly? —me había dicho con el rostro iluminado.

Por supuesto que lo sabía: se habían abierto las convocatorias para las audiciones en Juilliard.

Mi corazón aún se salta un latido al recordarlo. Había soñado con Juilliard toda mi vida. Sabía a la perfección que, a partir de ese día, podría enviar la solicitud de admisión para la Licenciatura en Bellas Artes que iniciaría en septiembre del año próximo. También sabía de memoria los casilleros que debía completar en el formulario de inscripción, las palabras que usaría para el ensayo de presentación, cuál sería la pose para la fotografía que debía adjuntar y las coreografías que grabaría en el video. Y, por sobre todas las cosas, sabía que era mi última oportunidad de aplicar.

La Melodía Perfecta ®️ #FlowersForValentines1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora