EXTRA: El regreso

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Diamond Bay, 2025


Nada más cruzar la puerta, siento un tirón en el centro del pecho. Miedo. Miedo a pisar otra vez este lugar, que tanto significó para mí. Hoy nada es igual, jamás volverá a serlo.

Aprieto los párpados; quizás, si no pesco con el rabillo del ojo ningún detalle de lo que hay a mi alrededor, pueda llegar hasta el primer piso sin sentir que me falta el aire. Pero no, mi técnica de evasión es pésima y, como si fuera poco, intensifica todo lo demás. Porque el olor a la madera recién lustrada, al talco perfumado que rellenaba las zapatillas y se adhería a las paredes de ladrillo y a los jazmines que nos daban la bienvenida, desde su jarrón de vidrio labrado encima del mostrador de recepción, se me cuela por la nariz e invade cada uno de mis rincones.

Tengo que morderme los labios para que no se me escape el llanto. Aunque es imposible. Es imposible no sentir tanto en este sitio. Mi segundo hogar. Inspiro profundo y largo el aire despacio, lo más despacio que puedo, hasta que consigo dominar las lágrimas. Me seco los ojos con el borde de mi manga y me rodeo el cuerpo con los brazos, desesperada por sentir que mis músculos agarrotados están, de algún modo, contenidos. Sé que podría tener ese abrazo en este momento, que él podría habérmelo dado. Que podría estar sosteniendo mi mano y mi alma, pero tenía que venir sola. Al menos, esta vez. La primera vez.

Atravieso el hall de entrada envuelta en el silencio y los recuerdos, con el retumbar violento de mi corazón en los oídos. Mis pies aún conservan esa bendita costumbre de apenas tocar el suelo en este lugar y mi columna se tensa. Como si ella fuera a aparecer en la cima de las escaleras y se decepcionara de mi porte casual. A lo largo de las paredes pálidas, montones de fotografías me acompañan y me llevan una y otra vez al pasado. Escenas de ensayos, presentaciones, trajes rimbombantes, risas ruidosas y lágrimas saladas llenas de felicidad.

Me sujeto con fuerza del barandal y descanso unos segundos en el frío metal que muerde mi piel. No lo recordaba así, tan cercano al tacto de una losa de hielo. Quizás no lo era, porque todo estaba inundado de placer. Subir los peldaños se convierte en una escalada peligrosa y turbulenta y lucho contra todos mis instintos que me gritan que dé media vuelta y huya de allí. Pero no puedo. No puedo hacerle eso.

La planta alta luce tan desierta como el resto del estudio. Aunque su presencia se siente en cada molécula de aire. Aire que se evapora de mis pulmones cuando llego a la puerta de su salón, que me recibe abierta de par en par. Adentro, los rayos de sol se cuelan, débiles, por las rendijas de las cortinas de los ventanales. Las lágrimas empujan con más fuerza y es casi imposible contenerlas. No cuando toda mi vida pasa frente a mis ojos en este recinto de cincuenta metros cuadrados ni bien siento el crujido suave de la madera bajo mis pies. Horas, días, semanas, meses enteros vaciándome entre estas cuatro paredes. Se me viene a la mente mi primera clase de saltos, tomada de una barra que apenas sobrepasaba sus rodillas, y batiendo las piernas en el aire como si quisiera volar.

Paseo despacio, acariciando con las yemas de los dedos las largas vigas y empapándome de imágenes traslúcidas de mis años como aprendiz, llenos de caídas pero también de victorias maravillosas. Siento cómo el corazón da un traspiés cuando me encuentro una foto suya, en blanco y negro, donde se la ve con la espalda arqueada y las piernas estiradas, a punto de despegarse del suelo y cruzar el aire en un salto perfecto, como solo ella podría haberlo hecho. En el marco, brilla una pequeña placa de metal que reza: "En memoria de Margueritte Devereaux. 1955-2025. Vuela lejos".

Todavía puedo escucharla alentándome aquella primavera, ocho años atrás. Se me atasca el aire en la garganta y pienso en si, a pesar de mis decisiones, aún está orgullosa de mí, como me lo hizo saber en mi última visita.

—Jamás dudé de que lo lograrías, Lilly —dijo esa vez, mientras sujetaba mi rostro entre sus manos apenas arrugadas y me sonreía con afecto—. Desde el primer día que pisaste este estudio, supe que estabas destinada a brillar.

La Melodía Perfecta ®️ #FlowersForValentines1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora