14. D

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El primer fin de semana de vacaciones de invierno, Esmeralda hizo la fiesta.

Rubí le dijo que tendría que ser algo tranquilo, porque los vecinos eran curiosos y cualquiera de ellos podría contarle a Ágata. Sin embargo, debió saber que a su hermana le entraban las cosas por un oído y le salían por el otro.

Lo único que pareció escucharle fue que no gastara mucha plata, pues tenía que alcanzarles hasta que su mamá regresa. Esmeralda reprochó que a Rubí le había costado un ojo de la cara pagar el taxi al aeropuerto, pero le hizo caso y juntaron dinero entre la mayoría de los invitados.

—Ya, si parece que no vienen más—le dijo la menor.

—¿Más? ¿Invitaste a más gente? Esmeralda, no vivimos en una mansión ni en un penthouse, ¿dónde creíste que íbamos a meter a tantas personas?

—Ay, Rubí, los seres vivos se adaptan, ¿no pusiste atención en Historia?

La mayor se tomó el puente de la nariz entre los dedos, negando con la cabeza.

—Es Biología, Esme, pero ya —volvió a mirar a su hermana, que seguía poniendo cara de inocencia—. Solo espero que empecís a manifestar, a rezar un padre mío, un ave maría, a pedir deseos, lo que sea con tal de que la mamá no se entere, porque ahí sí que vamos a tener problemas.

—Ya oh, si algunos vecinos también están acá —su hermana abrió una botella de tequila y le sirvió un vasito—. Toma, estái muy tensa.

Rubí miró el líquido por un rato.

No acostumbraba a beber porque siempre debía quedarse atenta a los movimientos de Esmeralda, pero esa noche tenía muchas ganas de desconectarse.

Miguel estaba en Punta Arenas y no hablaban desde que terminaron. Acordaron tomarse ese tiempo para ellos mismos, pues tendrían que volver a verse todos los días en el colegio.

Maca había pasado por Portugal y España, y no habían logrado hablar mucho durante esa semana. La artista le mandaba fotos de los lugares que visitaba y de ella misma haciendo muecas en cada uno de ellos, así que Rubí le respondía con selfies en su casa, en el mall y el parque, también poniendo caras raras. Aunque más raro era cómo la miraba la gente de alrededor.

Repetir los audios de la chica se había vuelto un panorama de vacaciones. Cada vez que los escuchaba y los escuchaba de nuevo, se le formaba una sonrisa tonta en el rostro, de la que su hermana siempre se burlaba.

Buenas noches, hermosa.

Era el que más le gustaba. Inmediatamente después de ese, Maca le envió otro donde reía con vergüenza, porque se dio cuenta que en Chile debían ser casi las cinco de la mañana.

Pero esa noche, que parecía un sábado cualquiera de julio, estaba extrañando a la artista más de lo normal. Tal vez era porque no habían podido hablar ese día, porque estaba usando su polerón negro de nuevo o porque le había contado a Coté todo lo que pasó. No tenía idea, solo sabía que la echaba de menos.

Así que se zampó el vaso de chupito y no llevó la cuenta de los varios que se tomó.

La primera parte de la noche estuvo bien; se sentía imparable, con ánimo, bailaba, cantaba, se reía de todo y mantenía la lucidez para vigilar que Esmeralda estuviese bien. Pero, cuando la casa empezó a tambalearse, o ella, alguna de las dos, Coté intentó detenerla.

Habían hecho espacio en la sala de estar, donde la mayoría de la gente se acumuló. Rubí se acercó a recargar su vaso en la mesita de centro que dejaron en una esquina.

—¿Estái bien? Deberíai parar un ratito —le dijo Coté.

—No, no, no —respondió lentamente—. Si estoy súper.

Efímero | Rubirena |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora