2. I

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El martes, Rubí se quedó dormida.

Estuvo despierta hasta las cuatro de la mañana ayudando a Esmeralda, su hermana, con un ensayo libre para Lenguaje. Ninguna de las dos era muy habilidosa en cuestión de letras, pero hacer los trabajos a última hora sacaba lo mejor de ellas y, luego de terminar la conclusión, supieron que debía alcanzarles para el siete, sí o sí. El título era "Todos los caminos llevan a Instagram" y estaba basado, por supuesto, en los máximos íconos de Esmeralda: Kendall y Kylie Jenner.

Pero se durmieron sobre la mesa y la alarma no sonó.

—¿Y ustedes? —habló su mamá, recién llegando y cerrando la puerta principal detrás de ella.

Rubí despertó de un salto, tomándose un segundo para asimilar dónde estaba y qué día era. La mujer las miró con las cejas levantadas, sin decir una palabra, dejó las llaves en la mesa, se quitó el abrigo y se dirigió al sillón.

A su celular se le había acabado la batería, así que buscó el de Esmeralda; el corazón se salió de su pecho al ver que eran las nueve y media. Las clases comenzaban a las ocho, y a las diez y cuarto tenía una prueba.

Zamarreó a su hermana en un intento de levantarla, buscó el uniforme, corrió al baño y trató de estar lista lo más pronto posible para darle el turno a Esmeralda. No dejó que terminara de maquillarse y la agarró del brazo, saliendo a tomar la micro.

Como nunca llegaban tarde, las dejaron pasar.

Miguel le pidió las respuestas de la prueba, pero Rubí no sabía mucho más que él. Matemáticas tampoco era su fuerte. Intentaron recurrir a Coté y, aunque ella había estudiado menos que todos, les pasó algunas de las alternativas que tenía marcadas y que entre los tres complementaron; con eso les daba para un cuatro.

—¿Vas al carrete el viernes? —le preguntó a su amiga en el patio del colegio.

—No sé, tengo que hablar con mi abuela todavía, tú cachai que no le gusta que vuelva tan tarde.

—Pero quédate en mi casa po —dijo Miguel—, si la Rubí y su hermana también se quedan.

Ese viernes en la noche, previo a ir a la fiesta de su pololo, caminó hasta la pared de los insectos. Sabía que Maca no le había respondido, pero quiso mirar igual, por si se encontraba con alguna sorpresa.

Maca. ¿Tú?

Si me vas a seguir mirando, al menos dime tu nombre

Empieza con R

Te molesta que te mire?

Fue lo que le escribió días antes y aún no obtenía respuesta, obviamente, si la artista solo llegaba los sábados. El problema era que había estado esperando toda la semana y, ahora que faltaban menos de doce horas, le parecía una infinidad aún más eterna. Pensó, incluso, que debía ser ilegal tener que esperar tanto tiempo para hablar con alguien.

Por alguna razón, que Rubí se detuvo a meditar varias veces, sentía que Maca debía ser la persona más genial del mundo. Siempre fue buena relacionándose, pero nunca anheló tanto ser amiga de alguien, como le ocurría con ella. Tal vez era porque se levantaban igual de temprano, porque le gustaban sus pinturas, porque bebía leche de chocolate en cajita, porque tenía unos rizos envidiables o, simplemente, porque se miraban cuando nadie más lo hacía.

En más de alguna ocasión, después de leer los mensajes en la pared y recordar todos los encuentros de sus ojos, se preguntó si Maca le estaba coqueteando. Pero no continuó con esa idea porque, si era así, entonces pensaría que responder lo escrito sería seguirle el juego y Rubí no iba por ese camino; ella estaba pololeando, enamorada. Además, recién y con suerte sabía el nombre de la chica, por lo que, probablemente, solo se estaba creando películas en la cabeza, como siempre.

La película que nunca se había imaginado, era que Maca no llegaría al día siguiente.

Cuando dieron las seis y cuarenta minutos, Rubí seguía en la casa de Miguel. La mayoría de los que se quedaron pasadas las cinco de la mañana, estaban durmiendo en el sillón o en alguna de las habitaciones, pero ella no pudo conciliar el sueño, así que se metió en la cocina a preparar café.

Con la taza caliente entre las manos, se asomó a la pieza donde dormían Esmeralda y Coté. Sonrió al verlas espalda contra espalda, con las sábanas casi en el suelo y su hermana babeando sobre la almohada. Si su mamá la hubiese visto llegar a casa con la menor borracha, como lo estuvo en esa fiesta, la mirada de decepción no se la quitaba nadie de encima; tampoco sería la primera, pero Rubí sentía que no le quedaba espacio en la piel para albergar más desilusión maternal.

—¿Por qué no te quedai un ratito más? —le preguntó Miguel, abrazándola por la cintura.

Ya eran las diez de la mañana y estaba impaciente por volver a su balcón. A su pololo podía verlo toda la semana, a Maca solo una vez. Sin embargo, no le iba a decir la verdadera razón por la que se iban temprano; en realidad, no sabía cómo explicarle que quería ver a una casi desconocida pintando una muralla y escribiendo en un rincón de esta, sin que sonara extraño.

—Porque tengo que terminar lo de filosofía —en parte, era cierto.

Pero, cuando regresaron, Maca no estaba ni estuvo. La pared seguía intacta, sin respuesta, sin más insectos, tal y como la había dejado la semana anterior. Sintió un vacío en el estómago y en el pecho, como si la hubiese abandonado. Quizá se había cambiado de muralla o de población, o ya no quería seguir pintando; quizá le había pasado algo.

Quizá no iba a volver.

Empieza con R

Te molesta que te mire?

Lo leía una y otra vez. Una y otra vez. Días tras día.

Trató de no bajar por completo sus esperanzas, de creer que a la semana siguiente sí estaría temprano amarrándose el cabello rizado, subiéndose la mangas, sacando los materiales de la mochila y trazando líneas, pero ya tenía experiencia con eso de la gente desapareciendo de su vida, así como así.

Entonces, ese octavo sábado, la vio llegar.

Iba con ambas manos ocupadas, la capucha negra y la mochila; pero no se amarró el cabello ni se subió las mangas, solo se detuvo en la pared y escribió algo.

Rubí la observó con confusión e intriga, que no intentó ocultar cuando Maca la miró y permaneció mirándola en su camino de regreso por donde venía, pasando por la vereda frente al balcón. Cuando terminó de cruzar su casa y ya solo pudo verle la espalda, se levantó de un arrebato, controlada por la curiosidad y un miedo inexplicable.

—¿Vas a volver la próxima semana? —le gritó.

Maca dio media vuelta, sonrió y encogió los hombros.

—Depende.

—¿De qué?

No le respondió. Volvió a girarse y siguió caminando.

Rubí esperó hasta ya no verla, para bajar corriendo y leer lo que decía en la esquina superior de la pared con insectos.

Yo no le digo a nadie que me miras, si tú no le dices a nadie que pinto

¿Tenemos un trato, Roberta?

Se le escapó una sonrisa al darse cuenta que asumió su nombre, en vez de seguir preguntándolo, pero lo prefería así. Era la única Rubí en la población, así que, de esa forma podía permanecer en el anonimato por si a alguien se le ocurría mirar en aquel rincón.

Tenemos un trato, Maca

Ahora quiero saber cómo se llaman tus bichitos



***

Holaa :)

Muchas gracias por leer, espero que estén súper bien <3

Efímero | Rubirena |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora