26. O

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Este es el final. Muchas gracias por llegar hasta acá y perdón de antemano porque no sé escribir buenos finales jaja. 

***

Maca no se quedó.

Su camino estaba en Europa. Esa era solo una parada en la que, por casualidad, por afortunada o lo contrario, o por el resultado de una búsqueda eterna, se encontraron. Y ahora, por simple práctica o por amor, sabían que debían soltarse otra vez y esa vez sí que no tenían idea de cómo hacerlo. Encontrarse de nuevo era el destino, les decían; que no coincidieran, era mala suerte.

A partir de esa noche, sus vidas se convirtieron en un juego de escondidas, de buscar y no encontrar, de esperar, de cansarse.

Los años pasaron y Rubí dejó de extrañarla. Pensó que solo había madurado. Fue a terapia, la dejó, la retomó, creció. La vida paró de doler, eventualmente; aceptó los días grises y aprendió a no darle control al miedo, a esa sensación paralizante que la acompañó por tanto tiempo. Estaba bien, la mayoría de veces. Se amaba y había encontrado la forma de amar a alguien más.

Pensó que Daniela era esa persona. Vivieron juntas por cinco años, tuvieron un hijo perruno, estuvieron a punto de casarse. Pero la semana antes de la boda, todo lo que construyeron se derrumbó. Bochornosamente avisaron a los invitados, cancelaron los preparativos, dieron de baja la relación y volvió a estar sola, llorándole a Esmeralda.

Treinta y cuatro años aún era estar joven, se convencía. Su pastelería era ahora una cafetería, vivía en un lugar al que podía llamar hogar, su sobrina la adoraba y sentía que, a pesar de todo, no necesitaba nada más. Entonces su mamá murió. Volvieron del funeral con un nudo en la garganta, no por haberla enterrado, no por lamentar su partida, sino por el rencor con el que todos las vieron, como si debían sentirse culpables por haber escapado de una madre que no quiso ser madre.

—Claramente, fue un error haber ido —dijo Rubí desabotonándose el abrigo, luego de cerrar la puerta.

—Esa gente no tiene idea, sis. ¿Escuchaste lo que dijo esa vieja de la Carmen? Que soy una malagradecida. ¡Una malagradecida, Rubí! —exclamó con su voz chillona al borde del llanto—. Ay, pobrecita la Ágata que estaba tan triste por no conocer a su nieta —los imitó—. No se merecía conocer a la Juli, nunca. ¿Para qué? ¿Para tratarla como nos trató a nosotras?

—Ya, Esme, si ya fue. Por lo menos no tenemos que volver a verlos.

—Más les vale no volver a verme, porque les voy a estrujar tanto las...

—Esmeralda —la interrumpió, severa.

—¡Ay, es que me da rabia!

La menor inhaló profundo y se descubrió la muñeca para ver la hora.

—Tengo que ir al colegio de la Juli, ¿pasai tú al local?

Rubí asintió. Esmeralda salió por donde había entrado y el departamento quedó en silencio. Cuando no estaba Benito, su perro, ni su sobrina, el departamento era tan tranquilo, que se volvía demasiado. Se pasaba el día afuera, si no trabajaba, iba al gimnasio o a pasear, llamaba a sus amigas o se aparecía en la casa de Esmeralda. Con el tiempo, la tranquilidad ya no le incomodó y la rutina regresó a ser parte de su vida; así conoció a Jorge, otro amante de la rutina, con quien pensó en continuar el resto de sus días. Lo pensó, pero no lo hizo.

De vez en cuando miraba a Esmeralda y creía que era una cosa de hermanas, de que les hicieron un embrujo, que algo había en su contra, que quizá les iba bien en el juego, pero en el amor no pasaba nada; porque la menor se divorció del papá de su hija y no hubo ningún otro príncipe azul que volviera a conquistarla.

Efímero | Rubirena |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora